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Leyendas herculanas

Arana: el «pichichi» que nunca fue un «primo»

El punta del Hércules, máximo goleador de Segunda en la 63/64, protagonizó un sinfín de anécdotas por su rebeldía y su postura ante los impagos

Arana: el «pichichi» que nunca fue un «primo»

Una tímida nube de humo comienza a avanzar desde la parte trasera de un autocar. Nada extraño en la España de los años sesenta, aunque poco común si se trata de una expedición de futbolistas de Primera División. Entre calada y calada, los pícaros ocultan el pitillo en el interior de la chaqueta.

El irremediable tufo a tabaco termina llegando a la nariz de Kubala, otrora mito del fútbol mundial y ahora entrenador del Córdoba. Raudo acude a la zona del delito y comienza a calcular la multa: «500 pesetas por cada cigarrillo encontrado», recordaba con guasa el alicantino Juan Ramón Arana (Monforte del Cid, 1943), uno de los implicados en la gamberrada y uno de los mejores delanteros de la casi centenaria historia del Hércules. «Recibí muchas multas, pero normalmente eran baratas; a mí la verdad es que me gustó siempre salir y nunca me escondí. Aunque hubo veces que era más dinero la multa que la ficha que yo tenía», confesaba Arana a INFORMACIÓN en los años ochenta.

Antes de abrir páginas de goles y fechorías en Córdoba, Arana se convirtió en el mejor y más eficaz ariete del Hércules de los años sesenta. Tras despuntar en en los Maristas, pasó al Alicante y asomó fugazmente en el Hércules de la 62/63. Ya con la temporada liguera acabada (el club había cerrado el curso octavo en el Grupo Sur de Segunda, por detrás incluso del Eldense de Dauder), tres jugadores del Alicante reforzaron al Hércules para la eliminatoria de dieciseisavos de Copa del Generalísimo ante el Atlético de Madrid.

De esa terna (Juan Torres, Boix y Arana) sólo el delantero monfortino haría carrera en el club y en el mundo del fútbol. La eliminatoria, pese a adelantarse los alicantinos con un gol de Balasch, fue un mero trámite para los colchoneros, que quince días después perderían el cetro de campeón de la Recopa ante el Tottenham.

Llegar y besar el santo

Unos meses después arrancaba con todas las de la ley su primera campaña completa como herculano, una 63/64 que le auparía al primer plano futbolístico nacional. De la mano del canario Bermúdez, Arana se convertiría en el máximo goleador del Grupo Sur de Segunda División en el año de su debut. Tenía 20 años y sus 19 goles (que fueron 22 contando la Copa y la promoción de ascenso) retumbaron en una ciudad que añoraba en exceso la máxima categoría del fútbol nacional. El Hércules, que empató en Elda en la última jornada, terminó segundo tras el batacazo del Mallorca, hasta entonces segundo. En la promoción, el Oviedo de Primera defendía su condición de gallito. En la semana previa a la final, en pleno junio, Bermúdez, técnico blanquiazul, inundaba a manguerazos La Viña para acostumbrar al equipo a los embarrados campos norteños. El resultado, un fracaso: 4-1 en el Tartiere y una eliminatoria resuelta. Dos de aquellos dolorosos goles los hizo Arsenio Iglesias, que en la década siguiente se convertiría en santo y seña del herculanismo. En el partido de vuelta el Hércules ganaría por un insuficiente 1-0, obra de un Arana que culminaba así un excepcional estreno profesional.

El polémico roscón de Reyes

Las grandes faenas en el campo las combinó con alguna otra trastada nocturna. Su asiduidad a la sala de fiestas Las Vegas, en plena Explanada, donde se quedaba «charlando con los amigos», le costó una buena multa del técnico Dauder en la noche de Reyes de la 66/67. «Menos mal que el periodista Orly me lo arregló», explicaba Arana, que como castigo no viajó al siguiente partido en Sabadell, en el que casualmente fue el último del entrenador tras caer con estrépito por 5-2.

Su condición de jugador frío en el campo chocaba con su rebeldía fuera de él. Ante unos impagos en el Córdoba, decidió no vestirse de corto en los entrenamientos y sentarse en la grada a comerse un bocadillo mientras el resto de compañeros corría. «Valientes primos sois», les decía. «Nunca me gustó que me tomaran el pelo; en el Alicante me pasó una vez lo mismo y me marché. Y eso que el presidente era mi tío», recordaba Arana.

Vasco y de Monforte del Cid

Hijo de un marino mercante de Mundaka y «descendiente de Sabino Arana, fundador de la patria vasca» -según sus propias palabras- y de una monfortina, siguió coleccionando goles en el Hércules; en total, casi 60 en las cuatro temporadas que defendió el escudo del Chepa.

«El Gitano», como era conocido cariñosamente por el vestuario, fue un delantero centro espigado, frío en el campo, técnico y con un amplio abanico de recursos de cara a puerta. Su estreno goleador en Primera todavía queda en la retina de varios herculanos: fue un doblete a la UD Las Palmas de videojuego mucho antes de que se inventaran. El primero, una vaselina desde fuera del área; y el segundo, una chilena imposible para el meta Ulacia. «Cuando me giré dije: 'Coño, si ha sido gol'. Ni me lo creía», rememoraba años después.

A un paso de un grande

Antes de golear por los mejores campos de España, Arana ya sedujo a los magnates Real Madrid y Barcelona. Fueron estos últimos los que más interés mostraron en su contratación e incluso llegó a jugar un partidillo de entrenamiento con ellos en Hospitalet. La jugada había sido posible gracias a la intermediación del legendario César, pero todo se desbarató cuando el Hércules pidió 17 millones de pesetas por el traspaso. «Una locura, si yo casi ni cobraba; tenía 6.000 pesetas de sueldo nada más», explicaba Arana.

Él mismo reconoció haber sido bastante apático durante su carrera: «No tuve mucha afición, no me preocupé demasiado y pude haber arreglado mi vida». Tras el descenso del Hércules a Segunda en 1967, se marchó al Córdoba, aún en Primera, que pagó dos millones a los alicantinos. Un primer año exitoso le devolvió a la primera plana del fútbol patrio y se mantuvo durante dos años más, hasta que dejaron de pagarle. Pudo ir al Betis gracias a Paqui Gómez, excompañero suyo en el Hércules que había perteneido a la entidad verdiblanca años atrás y que además era su cuñado, pero el fichaje no prosperó.

Un Erasmus fallido

Como última muesca de su revólver firmó en el Farense portugués, toda una rareza en aquella época, pero sólo duró un partido. «No me entendía con nadie y decidí cogerme un vuelo para volver a casa». Una vez colgadas las botas, trabajó en una empresa de seguros y se entretenía jugando al fútbol en la playa con los amigos.

Hasta que en 1993, con sólo 50 años, un cáncer canalla se lo llevó por delante. Dejaba una mujer, Matilde; y dos hijas, Arancha y Rocío.

Y una hazaña en el Hércules todavía sin superar: ser el único «Pichichi» del club en Segunda División.

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