El Hércules sobrevivió a los años 90. Parece algo obvio, pero fue una época en la que daba para escribir un libro casi por trimestre. El Hércules son muchas cosas. Es una pancarta del Karslruher en el Rico Pérez, una fisura de cúbito y radio de Paco Luna por hacer una chilena ante el Cartagena, un árbitro duchándose a oscuras por un sospechoso apagón tras una lamentable actuación, unas cheerleaders en el descanso, un chuletón gratis en el bar Gordillo por cada gol de Vorkapic, un chófer que se queda dormido y le roban los balones del autobús o un jugador que cuelga las botas con 24 años para atender su negocio de calzado en Elda.

Sin embargo, de entre la infinidad de anécdotas, sobresale una: un jugador del Villarreal calentando en la banda que pregunta a un periodista cómo va el Hércules. «No es ninguna leyenda; es verídico, es que soy herculano», reconoce Manolo Alfaro, santo y seña del herculanismo de los últimos 25 años, uno de los artífices del ascenso a Primera de 1996 y uno de los emblemas de la afición.

Que era -y es- un tipo diferente dentro del mundo del fútbol no es ninguna novedad. Transparente y vehemente a la vez, pero tremendamente noble, algo así como un Juanito a la herculana. Jamás se mordió la lengua e hizo frente al incipiente fútbol moderno que nacía en los 90 e incluso a políticos.

Nacido en Alcalá de Henares en 1971, pasó su juventud jugando al balonmano, aunque en juveniles apostó por el fútbol. Y no le fue mal. Con 17 años debutó (con gol) en Segunda B con el equipo de su pueblo y se convirtió en internacional sub-19 con Chus Pereda junto a Urzáiz, Paqui o Moisés. Al año siguiente ya compartía vestuario con Futre, Manolo y Baltazar en el Atlético de Peiró.

Del insti a entrenar con Schuster

Alternando el primer equipo con el filial (donde marcó 34 goles en dos años) ganó dos Copas del Rey. «Fue un cambio muy grande y todo muy rápido, salía del instituto para entrenarme con Schuster», recuerda. El habilidoso delantero tuvo con Luis de entrenador su momento de gloria en la Recopa de la 92/93 en la que el Atleti caería eliminado en semifinales en Parma tras un escándalo arbitral del que Alfaro saldría expulsado.

Tras una cesión poco exitosa en el Valladolid, firmó por el Hércules en la 93/94 tras quedarse sin ficha en el club del Manzanares a cuatro días de empezar la Liga: «Trajeron al Tren Valencia y me tuve que buscar la vida». El Logroñés pujó por él, pero decidió bajar un escalón y recalar en el Hércules de Mesones. Al segundo año cerró la mejor temporada de la historia reciente del club: ascenso a Primera y líderes casi de principio a fin. Anotó 14 goles y compartió delantera con Rodríguez, Jankovic y Sigüenza. «Fue el mejor año de mi carrera, pero se me queda un recuerdo agridulce por el descenso del año siguiente. Faltaron el respeto a la gente que había ascendido, no tengo nada en contra de la gente nueva que llegó, pero no se dieron las suficientes oportunidades a la gente de la casa», lamenta.

Fue precisamente esa 96/97 la temporada en la que entró en vigor la Ley Bosman y los equipos se llenaron de futbolistas foráneos, muchos de ellos de dudosa calidad. Alfaro nunca escondió su rechazo. «Mando un saludo a mis representantes por traer a tres extranjeros», comentó en caliente tras un partido a las cámaras de Canal Plus. No fue su única réplica al poder ni a lo que consideraba injusto. «Alcalde, en Primera se subió al autobús del equipo y ahora mientras yo lleve el brazalete tenga claro que no volverá a subir», proclamó en 2001 cuando el Hércules agonizaba en Segunda B.

El récord de los penaltis

En la desastrosa 96/97 fue de los pocos que dio el callo, fue el pichichi del equipo y comenzó a establecer un récord en la Liga que terminaría con el Villarreal y que aún hoy sigue vigente. El de haber marcado más penaltis sin fallar ninguno en toda la historia, 15 en total. «Jamás se me olvidará, es un orgullo porque mis hijas han crecido y todavía sigue sin batirse la cifra. Y eso que no tiré ninguno con 3-0 a favor, todos eran importantes», explica Alfaro.

Ya sin representantes a su lado, terminó contrato con el Hércules y apareció un recién ascendido a Primera en la 98/99: «No hubiese salido del Hércules nunca, pero el Villarreal apostó muy fuerte por mí, incluso a nivel económico». A nivel personal le fue bien; fue el máximo goleador del equipo junto a Craioveanu con 14 goles y formó parte del primer once del Villarreal en la máxima categoría. Nada menos que en el Bernabéu, con jugadores como Albelda, Palop o Robert.

Con sólo 28 años el tendón de Aquiles comenzó a darle unos problemas que acabarían con una retirada prematura. Tras su estancia en Villarreal, firmaría por el Murcia de Segunda en la 00/01, aunque a mitad de temporada regresaría al Hércules, el club de sus amores, donde se retiraría en 2002.

Rock&Gol

Las celebraciones de Alfaro después de marcar un gol se convirtieron en un clásico del fútbol español de los 90. Unas carreras interminables con la camiseta levantada y mostrando una debajo de AC/DC o Barricada. Hoy, con internet, habrían sido virales. O, quién sabe, castigadas con tarjeta amarilla.

Esa pasión por la música trascendió más allá del fútbol y hasta fue portada de la revista Heavy Rock. «Lo hice porque me apetecía, era una forma de mostrar mi alegría, nada más. Yo me compraba las camisetas en los conciertos, aunque luego sí que me llegaron paquetes de camisetas de grupos que querían que les promocionara», admite Alfaro.

De blanquiazul, hasta de portero

En total, defendió la elástica del Hércules en 184 partidos y marcó más de 70 goles, 56 de ellos en competición oficial, 19 desde los once metros. Pero con la camiseta blanquiazul dejó infinidad de anécdotas y recuerdos. En un partido ante el Badajoz se puso hasta de portero porque Falagán se lesionó y su sustituto, Irigoytía, hizo penalti y fue expulsado. No fue la única vez que se enfundó los guantes, con el Villarreal volvió a repetir en un choque contra el Real Madrid. «Estaba Mijatovic y Roberto Carlos para chutar, pero tiraron fuera, si llega a ir a puerta la saco», cuenta entre risas Alfaro.

Además, su gol ante el Castilla en la primera jornada de la 95/96 fue el primero en la historia del fútbol español que dio tres puntos a un equipo. Hasta entonces, sólo eran dos puntos por victoria. Otra gesta fueron sus cuatro goles en San Vicente del Raspeig en un amistoso, nadie hasta hoy ha superado esa marca con el Hércules. Y eso que falló un penalti. Una de las situaciones más cómicas la protagonizó en un partido en Ourense: perdió el avión por quedarse más de lo debido en el baño del aeropuerto de Alicante y le tocó viajar luego solo.

Siempre de frente, una vez prefirió no jugar un triangular con el Villarreal en el Rico Pérez por no enfrentarse a su exequipo. Tampoco ocultó nunca sus valores: «No fui el futbolista habitual, soy transparente. He tenido errores, pero no me arrepiento, el dinero no lo es todo. No me gusta esta sociedad, si soy diferente por ello me alegro».