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'Leyendas herculanas'

Kempes: el matador que se cortó la coleta en el Rico Pérez

El astro argentino, campeón del mundo en 1978 y máximo goleador del torneo, fichó por el Hércules en 1984 con 30 años

Kempes: el matador que se cortó la coleta en el Rico Pérez

Si el protagonista de esta historia fuera norteamericano, tendría a buen seguro desde hace tiempo una buena película.

El argumento es de sobra conocido. Una estrella mundial del deporte que se aleja de los focos y cae incomprensiblemente en el olvido con apenas 30 años. Para matar el gusanillo juega con los amigos hasta que un equipo humilde toca a su puerta para dar un golpe de efecto en una temporada que se antoja agónica. Allí, sin la exigencia de las grandes plazas, renace y vuelve a ser ídolo.

Mario Alberto Kempes, campeón del mundo en 1978 y máximo goleador del torneo, forjó una leyenda en el Valencia y en la Liga española desde su llegada en 1976. Fue pichichi en dos ocasiones y ayudó a los «ches» a lograr una Copa del Rey, una Recopa y una Supercopa de Europa. Paradójicamente, su debut con el equipo de Mestalla fue calamitoso. Se produjo en un Trofeo Naranja contra el CSKA de Moscú y su actuación no contentó a la siempre exigente grada valencianista, expectante tras un fichaje que le costó al club 32 millones de pesetas. Además, aquel día falló un penalti. «Casi mato al hombre del marcador», recordaba con guasa Kempes años después. Al día siguiente tuvo la oportunidad de redimirse, casualmente contra el Hércules, pero tampoco tuvo demasiado tino. En aquel partido, bien es cierto, le hicieron dos penaltis pero sería Rep quien los lanzara. El amistoso lo terminó ganando el Hércules en la tanda por 1-4. Aquellos primeros pasos quedaron en una simpática anécdota, eclipsados por la célebre frase «No diga Kempes, diga gol», uno de los lemas por excelencia de la historia del fútbol español.

En 1981, tras un bajón físico, fue traspasado al River Plate por más de 300 millones de pesetas. A la temporada siguiente tuvo que retornar al Valencia por incumplimiento en el pago del traspaso del equipo bonaerense. Se mantuvo dos años más, en los que siguió marcando goles, aunque ya en cifras menores y terminó marchándose al término de la 83-84. La salida por la puerta de atrás del club al que dio todo dolió a Kempes y, junto con varios problemas físicos, provocó que se alejara del fútbol profesional en la primavera de 1984, antes de cumplir los 30 años.

Del fútbol sala al Hércules

Afincado en Valencia, olvidado por un deporte sólo seis años después de tocar el cielo en el Mundial y matando el gusanillo corriendo por las calles de la capital del Turia,

un día le llegó una propuesta insólita, la del Autocares Luz, un modesto equipo de fútbol sala de División de Honor. Kempes no se lo pensó y de la noche a la mañana llenó La Fonteta. Su sueldo, la mitad de la taquilla de cada partido en casa. En su contrato, una única condición: que le dejaran marchar si venía un equipo de fútbol once a por él. Y así fue. El Hércules, sumido en tareas de funambulista durante la primera parte de la 84-85, vio en Kempes el acicate justo para levantar una temporada que parecía abocada al descenso. Y así fue hasta la última jornada. El presidente José Torregrosa visitó Valencia a finales de diciembre y selló el fichaje del astro argentino. El 20 de diciembre firmaba su contrato con el Hércules en las oficinas del Rico Pérez, sustituyendo así al peruano Velásquez, que causó baja.

Debutaría el día 30 en un empate contra el Zaragoza y no marcaría su primer gol hasta marzo (un espléndido zurdazo a balón parado en Málaga), pero contagió a un equipo que llegó vivo a la última jornada. La plaza, la peor posible para ese tipo de gesta: el Santiago Bernabéu. El resultado, 0-1 con gol de Sanabria y salvación, imborrable para los herculanos. «Lo festejamos como un campeonato», aseguró Kempes.

Pese a su incontestable olfato goleador, nunca fue un nueve puro y en Alicante retrasó aún más su posición. Como todo astro, gozó de una serie de privilegios lejos del alcance del resto. La fórmula resultó exitosa el primer año y continuó así en el segundo. De su zurda nacieron infinidad de jugadas de ataque y se prodigó más de cara a puerta; hasta enero de 1986 marcó 10 goles, nueve en Liga y uno en Copa, más que nadie en el equipo. Para el recuerdo, un trallazo contra el Barça en el Rico Pérez y uno de los más memorables goles olímpicos que se recuerdan, al Atlético de Madrid de su compatriota Fillol.

Varios problemas extradeportivos y una irrechazable oferta del fútbol austriaco (pasó a cobrar de 7 a 40 millones, más casa y coche) precipitaron su salida en enero de 1986. Su último gol, también a balón parado, fue contra Osasuna y su despedida, una victoria ante el Sevilla el 26 de enero, donde asistió en los dos goles.

El Rico Pérez le despidió en olor de multitudes, consciente de haber presenciado la última gran faena del Matador, a quien rescató un año atrás de un olvido anticipado.

El Hércules, tras la marcha de su único campeón del mundo (hasta la llegada de Trezeguet) sólo ganó un partido y cayó a Segunda.

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