Cambió el 9, pero el marcador sigue a cero. O mejor dicho, a uno, con esa única diana anotada ante el Levante en la primera de las cuatro jornadas disputadas hasta ahora. La supuesta tregua con la llegada de Mariano a la vanguardia herculana por el denostado Portillo no traslada variaciones. Cabe como única excusa el deplorable estado del terreno de juego de Lleida, un campo infame donde la pelota no es capaz de correr como y para lo que fue concebida. Sobre ese piso el Hércules se centró en tenerse en pie y mantener prietas las filas, además de aumentar atención para no autoejecutarse como pasó diez días atrás en Copa del Rey.

En esta ocasión, el Lleida no fue capaz de llevarle al límite de la extenuación. Más bien al contrario. Fue el Hércules quien pisó con más decisión ante un enemigo que no encontró tantas facilidades como en el compromiso copero.

Una buena respuesta colectiva para incapacitar al rival no fue correspondida a nivel individual en esas escasas acciones puntuales que hubieran podido cambiar el rumbo. La mejor la tuvo Adri Cuevas, que envió al cielo un balón colgado al área chica, lugar donde cayó para que el cordobés matara como ha demostrado que sabe hacer.

Sin vara de mando que lidere el centro del campo, el Hércules se dispuso para el cuerpo a cuerpo, cuestión necesaria para sobrevivir en un bancal como el ilerdense. Esa guerra de contacto nunca mostró colmillo en los metros finales.

Con Espinosa y Yeray al mando, el Hércules, a ciegas, no tuvo hilo. Mariano se quedó esperando balones al área sin que ni Gato ni Nieto acertaran a herir por la banda. Eso quitó foco al ariete herculano, por mucho que insistiera haciendo kilómetros. Acostumbrados al final de campaña anterior y a esos balones servidos por David González, ahora se nota más el agujero. Da la impresión de que Yeray y Espinosa hacen sonar la misma música, se parecen demasiado. Ninguno ha mostrado hasta ahora estar capacitado para hacer de ancla con la delantera. Esa mediocentro se inclina más por el músculo. Con ellos, el Hércules choca, no juega. Y el último pase no aparece. Y no sólo se echa de menos el gol, también la bandeja que lo debe servir.

Del Lleida pujante de la Copa apenas hubo noticias. Connor resolvió bien la papeleta por el carril derecho tras la baja de Rafita. Sólo sufrió con una rotura de cintura de Diego Suárez, un zaragocista cedido al Lleida que apunta buenas maneras como delantero centro. Suya fue la única acción de verdadero peligro, que acabó con un disparo desviado por Chema.

El encuentro anduvo casi siempre parejo. Ni uno ni otro llegaron con insistencia al marco contrario para hacer daño. Pocos remos por las bandas, donde Gato apenas hizo daño, donde Nieto nunca se encontró cómodo. En un duelo cortocircuitado, Cuevas fue el primer y único herculano en flirtear con el gol, pero su cabezazo sin estorbos frente a Crespo se fue a la grada. El propio Cuevas pudo también sorprender en la segunda parte con un disparo desde 25 metros que resbaló entre los guantes del cancerbero ilerdense, pero que se fue a córner. Esas fueron las dos únicas ocasiones capaces de mover un marcador que hizo justicia a lo vivido.

Herrero mantuvo el plan en la segunda parte. Incapaces de hilvanar juego geométrico con esas piezas sobre un tablero infame, el Hércules acabó apostando por no perder. En eso coincidió con el Lleida, que mantiene el vuelo en la Copa, pero tiene los mismos puntos que el Hércules en la Liga. Así, con estrecha vigilancia, la historia quedó condenada al empate a cero. En el último cuarto de hora, Herrero dio paso a Portillo, que tocó dos balones en el área y se fue por donde vino. Casi lo mismo que Mariano. En la fase final, no hubo agonías y nervios. Con más voluntad que maña, el fútbol de choque dejó perecer el partido sin que el balón inquietara por el salón del área. Así se llegó al empate a cero, que solo satisface si se gana el próximo partido.