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Juan Carlos Ramírez

Un banderín le dejó sin la gloria en el Elche

Un banderín le dejó sin la gloria en el Elche

«Fabri me ha dicho antes de empezar el partido que nos iban a machacar y yo le he dicho que es un hijo de puta. El Granada siempre está provocando (en el ajo también estaba Quique Pina), ya sabéis quién está detrás del club, ha habido reuniones esta semana y vosotros los periodistas tenéis que destaparlo», confesaba a nivel nacional Juan Carlos Ramírez después de acabar la recordada promoción de ascenso que dejó al Elche a las puertas de Primera en beneficio del equipo nazarí. Aquellas palabras resumían el carácter de este vizcaíno que llegó al Elche en 2008 de la mano del actual director general del club, Antonio Rocamora. Ambos trabajaban juntos en los concesionarios de Toyota en la provincia.

Estuvo a un tris de salir como los toreros buenos, a hombros por la puerta grande del Martínez Valero. La línea que existe entre el éxito y el fracaso fue con él todavía más fina de lo habitual en aquella noche del 18 de junio de 2011. Se quedó en el camino de culminar su proyecto deportivo por un banderín. El que levantó el auxiliar del catalán Miranda Torres para anular a Pelegrín, por un fuera de juego que no existió, un gol que hubiera dado la victoria ante el equipo andaluz y con él un ascenso soñado en la ciudad ilicitana.

Hubiera sido la culminación de un proyecto en el que llegó a cambiar la mentalidad del club. Se «limpió» a 20 jugadores y en cuanto pudo sacó del banquillo a Claudio Barragán, con el que no comulgaba, y puso al frente del equipo a José Bordalás, que representaba un poco su filosofía de vida. En principio, confió en el representante Domingo Sevillano, pero se sintió engañado y depositó su confianza en Paco Martínez, con el que trabajó mano a mano. Sentó las bases del Elche que vendría después. Eso nadie se lo puede negar.

Sus decisiones a veces se asemejaban a las del expresidente del Atlético de Madrid Jesús Gil. Era poco reflexivo en algunas ocasiones, pero en otras era capaz de acabar de un plumazo con aquello que le parecía mal y que se prolongaba en el tiempo por pura tradición.

Tan pronto se cargaba a todos los porteros de las entradas al campo, como despedía a un futbolista por un acto de indisciplina o le ponía todo el dinero en la mesa, como ocurrió con Amaya, para que se fuera. Con él nunca había términos medios.

En lo económico fue un auténtico salvador. Cuando cogió al Elche la entidad ilicitana estaba al borde de la bancarrota y José Sepulcre, actual presidente franjiverde, vio en él un salvavidas en medio del océano.

En su momento, ingresó en las arcas del club ilicitano un préstamo directo de siete millones de euros. El club le llegó a reconocer una deuda superior a los 4,5 millones y debía pagarle uno más en caso de ascenso a Primera.

La crisis económica le jugó una mala pasada y cuando ya no pudo aportar más dinero comenzó a intentar recuperar lo que había puesto. Fue perdiendo poder hasta que un buen día se vio obligado a dimitir por una presión popular que no aguantaba ya todas sus maneras. También a nivel directivo fue víctima de algunas jugarretas y se sintió traicionado por más de uno. Le tocó irse y rezar para que subiera el Elche y así recuperar dinero. Pero todavía le deben.

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