Hay encuentros que marcan, que definen un estilo, que dibujan un perfil. El de ayer lo hizo. El Hércules consiguió algo más que una victoria ante el Barcelona B: Mostró capacidad. Tras una semana convulsa, el conjunto de Mandiá cargó las pilas de la mejor manera, se sobrepuso a la injusticia, sorteó obstáculos y se metió al Barça en el bolsillo arropado por una afición que se alió como nunca cuando vio al colegiado Burgos Bengoetxea favoreciendo en una acción determinante al filial azulgrana.

Pocas veces una decisión injusta espoleó tanto a la víctima. Tras quedarse con diez jugadores por un error de Diego Rivas, que tocó con la mano un balón en el minuto 26 cuando unos segundos antes ya había visto la primera tarjeta, el colegiado vasco Burgos Bengoetxea pasó por alto una clara expulsión del portero Miño, que salió al centro del campo a parar a Callejón en una opción manifiesta de gol. El árbitro coloreó de amarilla la cartulina roja ante el estupor e indignación general consumando un error de enormes proporciones. Posiblemente, a esas alturas nadie hubiera imaginado que tal contratiempo acabaría tornándose en motivación. El Hércules jugaba con diez en el campo y con diez mil enfurecidas gargantas fuera, toda una desventaja para el Barça B, al que no le llegó la calidad para superar tanta cohesión y tanta entrega.

Con el estupor en el cuerpo, el conjunto de Mandiá sacó su versión eficaz. Se dedicó a lo que debía, multiplicó el esfuerzo y cubrió campo para frenar ese toque de balón que los niños del Miniestadi utilizan como los ángeles y ante el que sus adversarios caen demolidos por esa mágica mezcla de talento, vitalismo y derroche energético.

El tarro de las esencias azulgranas lo puede agitar cualquiera, sobretodo Rafinha, el hijo del brasileño Mazinho que hace 15 años ya amargara a la parroquia blanquiazul jugando en el Rico Pérez con el Celta. El hermano del internacional Tiago polvorea la bota con partículas mágicas. Levanta la vista y asusta al más pintado. Cuela las pelotas por esos agujeros que pocos aciertan a ver y estremece al enemigo. La labor de Aguilar le frenó, aunque tuvo espacio para sacar de la manga alguna genialidad que a punto estuvo de amargar.

Tras la expulsión de Diego Rivas en el minuto 25, el Hércules tuvo ocasiones para irse al descanso con ventaja. Sobre todo en la última acción de la primera parte con un remate de cabeza de Mora que rozó el palo con Miño batido.

En la segunda parte, Mandiá buscó tapar huecos por el centro con la entrada de Escassi, un futbolista que aportó mucho y bien a la hora de detener el fuego enemigo.

Al poco de comenzar ese último acto, un error abrió una brecha. Una mala cesión de Míchel llegó a Deulofeu, un futbolista de mucha calidad que no perdonó en la frontal (0-1, m.50). Del negro se pasaba al negrísimo, pero la oscuridad, afortunadamente, duró poco. Una carrera de Carlos Calvo por la derecha acabó con una cesión horizontal al centro del área para que Míchel se resarciera del error anterior enviando el balón a las mallas (1-1, m.51).

. Kiko Femenía dio pocas señales de vida. El de Sanet solo apareció en una oportunidad cuando casi se llevaba una hora de partido: Ató el balón a la bota y enlazó un par de regates antes de entrar en el área para perderlo. Un minuto después protagonizaba el primer cambio de Eusebio y abandonaba el terreno de juego con una ovación de la que fue su afición.

El partido llegó al último tercio con un golpeo constante. Con el Barça volcado y Rafinha agobiando a Falcón, brillante en varias acciones.Rodri perdonó desde cerca con un tiro cruzado que rozó el palo tras un servicio preciso y precioso de Rafinha, que pinta un cuadro apenas agarra un trozo de papel. Del mismo modo, Dos Santos casi rompe la madera de la portería de Falcón en una falta.

La gran alegría, no obstante, estaba reservada al otro bando. Sanchón, que había salido minutos antes, recurrió a la pillería y con olfato de futbolista listo sacó rápidamente una falta ante las imberbes miradas de los jugadores del filial catalán, que no llegaron al desmarque de Míchel para tapar el centro desde la línea de gol ni tampoco al vuelo suspendido de Samuel, que quedó suspendido en el aire durante un segundo eterno y maravilloso para cabecear al fondo de la portería. (2-1, m.70).

El Hércules acababa de consumar la proeza, toda una heroicidad a base de casta, de unión, de cohesión y de trabajo bien hecho. Ya nada podía cambiar ese precioso guión escrito con la rabia de la injusta inferioridad con la que se vio obligado a jugar setenta minutos de partido.

Al Barça le faltó templanza, lo contrario que a su adversario, al que le fue muy bien con su voltaje. No sólo miró hacia atrás para conservar la renta por el desequilibrio en las fuerzas, tampoco hizo ascos a buscar el tercero. Lo tuvo Sanchón con un disparo con rosca desde la frontal que Miño se encargó de abortar tras excelente intervención. Pero dio lo mismo. El Hércules consumó una lección de equipo. Con unión y fuerza.