Se presentó en la sección oficial del Festival de Cannes, del que Ken Loach es un habitual y en el que ya ganó dos Palma de Oro con El viento que agita la cebada 2006) y por Yo, Daniel Blake (2019). Considerado como el cineasta de la clase obrera británica, buena parte de la lucidez de su cine es fruto de su asidua colaboración con el guionista Paul Laverty, que es también el responsable del guion en Sorry we missed you. La película se inmiscuye en el hogar de Ricky y su familia en 2008, en los momentos más delicados en los que luchan contra las deudas. A Ricky le surge la oportunidad de participar en una franquicia como repartidor autónomo al volante de una nueva camioneta. Son muchas horas de trabajo y su esposa, asistente social, también hace jornadas muy largas. Su relación ha sido férrea, pero todo cambia cuando se ven empujados a la locura laboral y a la separación física y emocional. Preguntado cómo surgió la idea de rodar esta película cuando todos estaban convencidos que Yo, Daniel Blake sería la última de su filmografía -la hizo con 82 años- dijo que cuando fueron a los bancos de alimentos para documentarse, descubrieron que muchos de los que iban a por comida tenían trabajo, a tiempo parcial y con contratos, que no especificaban un horario mínimo. «Es un nuevo tipo de explotación», afirmó. La clase trabajadora, en su opinión, está atrapada por la necesidad. Respecto a si se trata de un problema o algo que ya existía con un traje nuevo, Loach contestó que es nuevo únicamente porque se usa tecnología moderna: «El conductor usa la tecnología más avanzada que le indica qué camino seguir, permitiendo al cliente saber exactamente dónde está su pedido y a qué hora llegará. Hay aparatos que indican la hora casi exacta a la que llegará el paquete. El cliente está en su casa siguiendo el progreso de la camioneta por el barrio. Resultado: una persona se esfuerza en superar todos los impedimentos para llegar a la hora indicada. La tecnología es nueva, la explotación es más vieja que el andar».
