Es la opera prima del director paraguayo Marcelo Martinessi y se hizo con el Oso de Plata a la Mejor Actriz para Ana Brun, el Oso de Plata Premio Alfred Bauer (openning new perspectives) y el Premio Fipresci de la Crítica Internacional, en la Berlinale 2018. El decorado es la capital de Paraguay, Asunción, donde asistimos al deterioro de la relación de pareja entre Chela y Chiquita. Sobre todo desde que, para enfrentar su difícil situación económica, comenzaron a vender sus bienes heredados.

Cuando Chiquita, la más dinámica de las dos, va a la cárcel acusada de fraude, Chela se ve obligada a abandonar la comodidad de su existencia pequeño-burguesa y empieza una especie de servicio de taxi con su propio automóvil, principalmente para un grupo de ancianas. Fortuitamente conoce a Angy -hija de una de sus clientas- una mujer más joven y muy extrovertida. Junto con su repentino trabajo, esta nueva relación va a afectar profundamente la vida de Chela provocándole una revolución interna

Para el director, Asunción es su ciudad natal. «Allí crecí -dijo- estudié y viví la mayor parte de mi vida. Allí está mi familia y algunas de las personas que más quiero en el mundo. Aun así, desde que tengo uso de razón, siempre quise escaparme. Asunción es para mí una ciudad-cárcel. Y aun estando lejos, nunca conseguí desanudarme del todo de esa incómoda sensación de pertenencia. En esa ciudad de mi infancia, las prácticas oscuras no venían solo del gobierno dictatorial. Allí se heredaban de generación en generación la violencia, la intolerancia, la discriminación, los prejuicios de una sociedad que no quería cambiar. Entonces, solo eran posibles vidas fragmentadas, entre el deseo y la represión». Según Martinessi, Las herederas es una película imaginada desde ese encierro. Una búsqueda entre la memoria más íntima y las charlas estridentes de mujeres que él escuchaba de niño, cuando acompañaba a su madre a hacer las compras, a la peluquería o a tomar el té con sus amigas. «Toma forma -añadió-a partir de la historia de dos mujeres que están un poco cansadas de vivir, de amar, de ser. Pero que, a partir de una separación física, en una rutina de muros y de rejas, una de ellas recupera los sentidos y se transforma.