La foto de Gabriel Miró (Alicante 1879-Madrid 1830) que mi padre tenía al lado de la de Azorín, me llamó siempre la atención por su mirada triste y melancólica. La obra completa presidía nuestra biblioteca y muchas veces oí recitar en voz alta fragmentos de sus libros, todos ellos cargados de profundo sentimiento y emocionante belleza. Años más tarde mi querida amiga Rosa Monzó, experta conocedora del autor alicantino, me devolvió el interés y la pasión por él. En su último libro, Miró describe el Valencí, una uva exquisita y muy popular en Alicante que nosotros solíamos comer para merendar acompañada de tortas de harina ácima con aceite y cocidas sobre una pala. La rutilante descripción que hace el escritor es exactamente como yo la recuerdo.

«De seguro que estas parras fueron escogidas meditadamente. Han de ser de distinto verduño. Allí estarán los dos linajes de Valenssi: el de uvas moradas, y el de hollejo delgado y translúcido, con sus toques de canela de sol. Pesan de tanto azúcar, y se escarchan y resisten hasta la navidad; entonces, sus granos nos crujen en la boca fríos y finos, y se nos derrama el sabor de los días grandes del verano». («Años y leguas» 1928).

En otro de sus grandes libros Miró habla del Fondillón, un vino que conocía bien y que había degustado muchas veces en compañía de Azorín, tanto en sus visitas a Monóvar como en sus reuniones de Madrid. Fue Azorín el que propuso a Miró como académico de la lengua, sin embargo, un enredo político lo dejó fuera. Azorín, en solidaridad con su paisano, no volvió a pisar la Real Academia.

«Mitigó la violencia la entrada de Paulina y de la mayordoma, que presentaron los dulces olecenses en labradas tembladeras y vinos generosos en tallados cristales que sonaban delgadamente como joyas. El prelado mojó los labios en la miel de un fondillón venerable» («Nuestro padre San Daniel» 1921)