Llega a España con la miel en los labios, cuatro días después de que su protagonista, Christian Bale, conquistase el Globo de Oro a la mejor interpretación dramática y quiere ser una visión entre bastidores y nada convencional del antiguo vicepresidente (2001 a 2009) de Estados Unidos Dick Cheney y su sigiloso ascenso de becario del Congreso al hombre más poderoso del mundo. Bale se mete completamente en la piel del reservado personaje que cambió el mundo de forma que pocos líderes han podido hacer en los últimos 50 años y encabeza un reparto estelar: Steve Carel como el afable pero duro Donald Rumsfeld; Amy Adams como la ambiciosa mujer de Cheney, Lynne; y Sam Rockwell como el maleable George W. Bush.

El director Adam McKay (Oscar al mejor guión adaptado por La gran apuesta en 2015) aborda ahora otra historia real.

La compleja trayectoria de Cheney, que abarca medio siglo, desde que era un trabajador eléctrico en la Wyoming rural hasta convertirse en presidente de facto de los EE UU ofrece una visión cargada de humor negro y a menudo perturbadora del uso y abuso del poder. En las capaces manos de McKay, la dicotomía entre Cheney, el entregado padre de familia y el maestro titiritero de la política, se relata con pretensiones de intimidad, ingenio y audacia narrativa. Guiado por su formidable e indefectiblemente leal esposa, Lynne, y bajo la tutela del brusco y bravucón Rumsfeld, Cheney se fue haciendo un hueco en la estructura de Washington D.C., empezando por la administración Nixon, para convertirse después en jefe de gabinete de la Casa Blanca con Gerald Ford y, tras cinco mandatos en el Congreso, Secretario de Defensa para George H. W. Bush. En 2000 abandonó su cargo como consejero delegado de Halliburton para presentarse como vicepresidente de Bush con el entendimiento implícito de que ejercería un control casi sin cortapisas, que lo convertiría prácticamente en copresidente.

Pero está claro que hay más de un Cheney, un hombre cuya reputación en el terreno público se contradice con su vida privada y su evidente devoción por su familia.

«No sabía gran cosa sobre Cheney, pero, a medida que empecé a leer sobre su vida, me quedé fascinado con él, con lo que lo impulsaba, aquello en lo que creía. Seguí leyendo más y más y me quedé pasmado con la sorprendente manera con la que fue adquiriendo poder y lo mucho que ha influido en el lugar que ocupan actualmente los Estados Unidos en el mundo»..

«Sin duda, fue la naturaleza ambiciosa de Lynne lo que transformó a Dick Cheney», afirma McKay. «Aquellos que la conocían entonces decían que con quienquiera que se casara, llegaría lejos. De otro modo, Dick podría haber acabado llevando una vida tranquila en Wyoming, como sus hermanos». Cheney se convirtió en el conducto de Lynne al poder, según McKay. «Tenía el cerebro y la ambición, pero se dio cuenta de que, al ser mujer, le estaban cerradas ciertas puertas. Así que, aunque ella no pudiera manejar personalmente los hilos del poder, sabía cómo situar a alguien para que los manejara por ella».