Me regala el erudito Toni Espinós un libro de Hippolyte Taine y mientras lo leo al lado de la piscina, reflexiono sobre la influencia del medio geográfico en la cultura y la historia de los pueblos. Taine asegura que somos el resultado de nuestra geografía y el naturalismo que él promulgó influyó mucho en la generación del 98. Azorín fue el anfitrión de Pío Baroja en Monóvar en 1901. Esa visita la recogió luego el maestro en sus textos y con bastante sorna dijo: «Invitamos a don Pío a comer gazpachos en el Collado, y aunque no le gustaron, repitió». La versión oral que me contaba mi padre fue que al ver Baroja el aspecto de los gazpachos dijo con toda franqueza: «Esto parece un vómito de perro». Comieron de aperitivo embutido local y almendras fritas. De postre repostería fina a base de perusas, sequillos, rollitos de aguardiente y Fondillón del tonel familiar.

Tras unos días en Monóvar, Azorín llevó a don Pío a la estación de tren rumbo a Valencia. Al día siguiente el escritor monovero recibió una carta del donostiarra: «Menudo viajecito me han dado sus paisanos, pues iba el departamento lleno de animales y además iban fumando unos puros horribles que ellos llaman caliqueños». La segunda misiva llegó pronto: «Querido Azorín: nada más llegar a Valencia me fui a ver a Blasco Ibáñez, solo resistí media hora a su lado. He cogido el tren de la noche y he vuelto a Madrid. Son ustedes muy ruidosos».

Dos grandes escritores y caracteres bien diferentes entre el vasco y el valenciano. El primero era un gruñón introvertido que venía de la brumosa Itzea (Vera de Bidasoa) de estar rodeado de curas y carlistas y el segundo era un exaltado, chulesco y mujeriego que campaba a sus anchas en la calenturienta Valencia. La respuesta diplomática y naturalista de Azorín a Baroja fue definitiva: «Tenga en cuenta Vd. don Pío que el medio hace al hombre, nosotros vivimos en la calle y ustedes al lado del hogar».