Alicante conforma su ciclo anual la noche de San Juan con la «cremà» de las hogueras. Un rito ancestral donde hacemos arder nuestros enojos y enterramos el vinagre que la vida nos depara. Arrancamos de nuevo cada año buscando avatares que nos hagan mas felices. Les «fogueres» son como las vides, las tenemos que podar cada año para que rebroten en primavera y nos vuelvan a dar el vino nuevo. Un fénix atávico en forma de rueda temporal que se adentra el lo más profundo de nuestra tradición.

La Condomina, en la huerta de Alicante, ha sido la cuna del Fondillón. Durante siglos, las familias alicantinas mas importantes han tenido en ella sus fincas de labranza y casas de recreo. He recogido más de ochenta nombres de origen foráneo. Clanes venidos durante siglos a negociar y comerciar con la exportación del vino. Como bien explicó el insigne Germán Bernácer, fue el vino la columna vertebral de la economía alicantina y desde nuestro puerto salieron millones de litros de vino y entraron otros tantos de oro en forma de dinero y divisas. El gran negocio culminó con la crisis de la Filoxera y el tratado con Francia que permitió que la ciudad de Alicante y muchos pueblos de la provincia florecieran. También en la arquitectura con edificios maravillosos como el Palacio de la Diputación, la Casa Carbonell, el actual MARQ, la Casa Lamagnier o el edificio de la Unión y el Fénix, obras todas ellas del insigne arquitecto Juan Vidal Ramos, buen gastrónomo y conocedor del Fondillón que escribió un poema que inicia así:

Demane a la Faç Divina

estar sempre en Alacant

en la nit de Sant Joan

i tenir coca en tonyina

cistelleta de bacores

i vi de la Condomina

Ahora, cual fénix alicantino, el Fondillón levanta de nuevo el vuelo y disfruta de un momento dulce, con un prestigio renacido que nosotros, herederos de esa responsabilidad, hemos asumido con entusiasmo predicando por todo el mundo sus grandes virtudes.