Traslada a imágenes la novela de Dolores Redondo y en palabras de su director, Fernando González Molina, ha supuesto un auténtico viaje al corazón oscuro y lluvioso del valle navarro de Baztán. Un viaje que califica de apasionante, pero también al límite, en condiciones extremas para todo el equipo, bajo la lluvia perenne y rodeados de bosque y de oscuridad. Y un viaje también al lugar donde germina la maldad, donde se crea el dolor, un viaje al pasado de Amaia, personaje que interpreta en la película Marta Etura, y cuya historia familiar relata la película. El realizador, que ha logrado su mayor éxito en taquilla con el melodrama Palmeras en la nieve, pero que también es responsable de títulos celebrados por un auditorio adolescente, como son Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, ha definido la cinta como un thriller policíaco en su capa más superficial, pero también como un drama familiar, una película de mujeres, una historia de cine negro o el retrato de un lugar mágico: Elizondo y el citado Valle de Baztán.

El comienzo delata ya su contenido. En los márgenes del río Baztán, en el valle de Navarra, aparece el cuerpo desnudo de una adolescente en una circunstancia que lo relaciona con un asesinato ocurrido un mes atrás. La inspectora Amaia Salazar dirige la investigación que la llevará de vuelta al pueblo de Elizondo, donde ella creció y del que ha tratado de huir toda su vida. Enfrentada con las complicadas derivaciones del caso y sus propios fantasmas, la investigación de Amaia es una carrera contrarreloj para dar con un implacable asesino, en una tierra fértil en supersticiones y brujería.

«Siento que hemos rodado -declaró el director- una película fiel a la novela de Dolores, a su espíritu y al carácter de su personaje protagonista. Esa superviviente herida y luchadora que es Amaia Salazar. Ahí radica la singularidad de nuestra historia, y lo que la hacía tan interesante para mí. Cómo convertía el thriller, el caso policial, en una excusa para retratar y revivir la historia de nuestra protagonista y de su familia, enlazando de manera cada vez más estrecha ambas líneas argumentales. La película se convierte así en un vehículo para retratar a Amaia, conocerla, bucear en su pasado. Y su personalidad, fuerte y adusta, acaba definiendo el carácter propio de la película: manejando lo que no se dice, lo que está por debajo, lo menos obvio. Manteniéndonos siempre en su punto de vista. Investigando con ella. Y también, recordando con ella».

Según González Molina, El guardián invisible es una película profundamente local. Pero también es una historia universal que en su opinión entenderán en cualquier parte del mundo. «Cine negro -explica- de género. Eso es lo que la hace tan interesante para mí, y lo que me atrapó de una novela que ya ha viajado por medio mundo: esa dualidad que la hace a la vez singular y reconocible. Espero que el público disfrute de este viaje al corazón húmedo y oscuro del Valle de Baztán».