La explosión de la mal denominada «economía colaborativa» ha tenido una especial incidencia en el sector turístico. Conocidos son mediáticamente los conflictos de los taxistas con plataformas como Uber o Cabify, que han logrado paralizar las grandes ciudades con protestas y que han logrado un importante pronunciamiento de los tribunales de justicia de las más altas instancias para determinar que estamos ante verdaderas actividades empresariales.

La economía sumergida que se desarrolla en el alojamiento en viviendas particulares que se explotan como una actividad económica es, sin duda, el principal reto y amenaza que tiene el sector hotelero para el futuro a corto y medio plazo. Sus efectos no han generado heridas de importancia hasta el momento porque soplan vientos a favor, pero hemos empezado a ver las orejas a este lobo.

Y contra esta amenaza, la estrategia de confrontación tiene dos vertientes. La primera, la legal y administrativa, que se gestiona desde las autoridades competentes para determinar que, si estamos ante una actividad empresarial, se deben cumplir todos los requisitos, obligaciones y prescripciones que sean de aplicación. Ya no sirven esos argumentos que sostenían que poner trabas a estas actividades incipientes son medidas restrictivas de la competencia.

Y la segunda vertiente es la lucha desde la propia competencia, que es donde el sector empresarial tiene mucho que decir y ya lo ha hecho. Casi sin querer, sin hacerlo de una forma predeterminada, ha establecido que la inversión en modernización y la especialización van a ser los argumentos que tengan los hoteles, campings y oferta reglada para hacer frente a la competencia por precio, que es finalmente lo que ofrecen comercializadoras como Airbnb o Homeaway. Los mercados ya se han olvidado de la idea romántica de «compartir experiencias» porque, no nos olvidemos, estas plataformas se nutren de clientes que buscan mejores precios.

La Comunidad Valenciana, la Costa Blanca y Benidorm son ejemplos de fuertes estrategias de inversión y de especialización de producto para ofrecer servicios y experiencias que ninguna vivienda pueda igualar. Pocos sectores empresariales se reinventan desde cero, llevando a escombros su estructura anterior y creando un nuevo producto como lo han hecho decenas de hoteles en los últimos años. Ahora los hoteles ya no son sólo alojamiento, sino que son un conjunto de experiencias: desde hoteles temáticos y familiares, con parques acuáticos y atracciones temáticas hasta los más exclusivos Adults Only que garantizan la tranquilidad que demandan un determinado segmento, pasando por productos especializados en eventos musicales o los hoteles paisaje integrados en la propia naturaleza. Y no nos olvidamos de los deportistas.

¿Y los campings? Es increíble la evolución que han experimentado en la última década. Ahora, estar en un camping es una experiencia única e irrepetible. Es un nuevo producto completamente reinventado que no se ha quedado languideciendo y lamentándose ante la competencia voraz de internet. Y la Comunidad Valenciana es el máximo exponente de esta reinvención. Se ha creado un producto que, además, ha roto la estacionalidad y que se mantiene activo los 365 días del año. Y con una cuota de mercado internacional inédita en otros lugares.

Han sido algunos cientos de millones de euros los que se han invertido para el disfrute del cliente para mejorar su experiencia y su satisfacción. Para garantizar que, en un hotel, un camping o un apartamento reglado, se consigue mucha más calidad y servicio que en su propia casa o que en cualquier vivienda privada. Y con la satisfacción del retorno a la sociedad. Sólo con actividades regladas se consigue crear y mantener puestos de trabajo, garantizar salarios dignos y que todos los impuestos contribuyan al sostenimiento de los servicios comunes. Y esto también es un valor del sector turístico de la Comunidad Valenciana.