El 24 de junio de 1969 tomó la alternativa en la plaza de toros de Alicante un menudo torero de Albacete con aires algo desaliñados y corbatín imposible. Nadie podía imaginar que aquel novísimo Dámaso González se convertiría en un virtuoso de la técnica muletera a través del temple y sentaría las bases de la largura del toreo moderno.

El 26 de agosto de 2017 se despertaban los aficionados con la sorprendente y dolorosa noticia del fallecimiento de Dámaso González. Ningún dato había trascendido sobre problemas de salud que pudiera padecer el diestro albaceteño, por lo que el acontecimiento cogió a contrapié a casi todo el mundo. Un cáncer fulminante apagó la llama de uno de los toreros más peculiares del último tercio del siglo XX.

El cartel anunciador de la Feria de Hogueras de este año refleja su figura como motivo icónico destacado en un fotomontaje llamativo de Joserra Lozano, autor de las composiciones de las ferias diseñadas por Simón Casas en Alicante durante las últimas temporadas.

La razón conmemorativa no es otra que los 50 años que se cumplen desde que Dámaso, como le conocían los aficionados, tomara la alternativa el 24 de junio de 1969 en la capital levantina. De aquella tarde queda el recuerdo de un torero constantemente por los aires ante el sexto toro, que le hirió en la cara y en la pierna izquierda, después de haber debutado en el escalafón con el toro Gañalote, de Benítez Cubero.

Le había cedido los trastos Miguel Mateo «Miguelín», con la presencia también en aquel cartel de Francisco Rivera «Paquirri». Desde entonces y hasta el 20 de junio de 2003, cuando realizó su último paseíllo y cortó la última oreja a un toro de Zalduendo junto al Juli y César Jiménez, su nombre fue habitual en el coso de la plaza de España mientras se mantuvo en activo.

Había comenzado sus andanzas taurinas con el sobrenombre de «Curro de Alba», que le duró poco. En Barcelona encontró, como otros tantos, la plaza que le descubriría en los tiempos precoces, aunque después fuera Valencia la afición que con mayor devoción le coreó.

Dos veces salió a hombros como matador en Madrid, los años 1979 y 1981, aunque la afición venteña le cobró un durísimo peaje el resto de la década ochentera. Hasta le llegaban a contar de manera desdeñosa los pases mientras estaba ante los pitones del toro.

Dámaso descubrió las cercanías y circularidades que luego explotó Paco Ojeda y de las que son herederos casi todos los toreros actuales, aunque por entonces quizá no fuera entendido, como siempre pasa con los grandes adelantados de la Historia. Como además era un torero muy poderoso, se fue viendo relegado poco a poco a matar corridas de hierros duros, y un toro de Miura a punto estuvo de quitarlo de en medio en Málaga en 1987.

Se retiró al año siguiente sintiéndose incomprendido por no poder ocupar el lugar en los carteles que él consideraba haberse ganado por sus incontables méritos, pero volvió en septiembre de 1991 para dar la alternativa a su paisano Manolo Caballero.

Repitió despedida en 1994, aunque el veneno torero le llevó a reaparecer en 2000 para la corrida de Asprona en su tierra y en 2003 para realizar temporada, que sería la última, cerrando su carrera sin hacer demasiado ruido el 17 de septiembre de 2003 en Murcia.

Aunque las décadas de los 70 y 80 fueron las más fecundas, el reconocimiento definitivo se produjo el 2 de junio de 1993 en Madrid ante un torazo de Samuel Flores al que le cortó una oreja. Escribía Joaquín Vidal al día siguiente en su crónica: «El fundador del toreo contemporáneo dice adiós y deja que la torería en masa desarrolle sus enseñanzas. Algunos han llegado a hacer del toreo de don Dámaso un calco, y la única diferencia apreciable sería que son más altos, más rubios y más con los ojos azules». Le criticaba el célebre cronista la colocación y el abuso del pico de la muleta.

La tauromaquia de Dámaso González se basaba principalmente en el concepto del temple. El propio torero admitía haber descubierto ese secreto ante un toro en una capea y a partir de ahí, junto a un conocimiento casi intuitivo de los terrenos, se convirtió en su sello personal.

Su imagen algo desaliñada con el cuello de la camisa siempre desabrochado y el corbatín rebelde sumó el dato estético a su toreo de poder, a veces mal entendido en una reiteración quizá excesiva de pases y más pases en trasteos de larguísimo metraje.

En las cercanías de los pitones encontró su sitio predilecto, y en su repertorio se hicieron habituales circulares de todo trazo y ese péndulo tan personal que dejó dibujado su perfil para los anales. Nadie podrá negarle al diestro de Albacete que en su mano derecha anidó el más mecido de los temples que en la historia del toreo han sido.

La vida de Dámaso González no solo estuvo ligada con Alicante por su accidentado doctorado. En lo personal, encontró el albaceteño la felicidad matrimonial con una alicantina, Feli Tarruella, por lo que era también cuñado de Luis Francisco Esplá.

Y contó entre los alicantinos con muchos amigos y fervorosos partidarios. Así quedó demostrado en sendos homenajes que le tributaron los «Amigos de Nimes» en 2009 y la Peña «Pacorro» en 2014. Sus amigos de la «terreta» disfrutaron de la naturalidad de un hombre que, con todo conseguido en una profesión tan dura, siempre recordaba con agrado y melancolía la ilusión de aquellos primeros tiempos en los que, a pesar de las estrecheces económicas, la ilusión le posibilitaba una felicidad inmensa.