Cristiano Ronaldo masculló su rabia cuando aceptó que el balón de Cesc había terminado en las redes. Quejas contra el destino que muchos querrán leer en sus labios. Bento, que elaboró la lista de lanzadores y la reveló en el corrillo, había reservado a su astro el último penalti de la tanda. Lo conoce bien. Cristiano soñaba con ese instante de gloria para que el que siente que ha nacido. La parada de Casillas a Moutinho y el fallo de Alves lo eliminaron de la ecuación. Un final simbólico adecuado para Portugal. Construido con CR7 como sentido último de su relato, vivió para él y murió sin él. "Di lo mejor de mí, como siempre he hecho, por eso estoy satisfecho", explicó a la emisora de televisión portuguesa SIC.

Portugal siguió el ritmo de los latidos de su gran figura. En ese sentido, la simbiosis es perfecta. Un entramado bien montado por Bento que persigue situar a Cristiano en la situación ideal para que culmine. Escuadra y jugador se retroalimentaron. El madridista, al igual que su selección, fue de más a menos. Intervinó con asiduidad en la primera parte, encogiendo los corazones españoles. Tras el descanso, su fulgor se fue apagando hasta limitar sus aportaciones a los golpes francos. De la prórroga se ausentó, mientras sus compañeros apretaban los dientes para resistir las acometidas de Pedro. Y así, Cristiano caminó suavemente hacia la nada, esa despedida que lo condenó al papel de estatua triste. Un duro golpe para alguien que solo se concibe como protagonista.

Su actuación proporciona argumentos por igual a partidarios y detractores, a los que ensalzan su carácter y los que denuncian cierta tendencia a desaparecer en los momentos importantes. Un análisis exagerado. Si Cristiano falla en algunas citas, es más por la ansiedad de mostrarse que por cobardía.

Ante España supo controlar sus nervios. Arrancó con la progresión adecuada de marchas, ubicado en su espacio natural de la banda izquierda. Arbeloa actuaba como primer dique de contención. Su alineación sí estaba ayer dotada plenamente de sentido. Aunque tosco en lo técnico, el salmantino tiene oficio. Es un estudioso de la marca. Y posee la fiereza necesaria, aunque a veces la administre mal. Tener la película "300" como compendio filosófico tiene a veces ventajas.

Revela Diego Rivas en El País que Cristiano y Arbeloa, en los días posteriores al 0-2 de Champions ante el Barça en 2011, llegaron a las manos en un entrenamiento. Se reconciliaron pronto. Pero era una muestra de que el lateral no se arrugaría.

Piqué, por si acaso, estaba al quite e incluso Ramos, omnipresente en el cruce. Y aunque Cristiano sacó un centro peligroso, pronto decidió recorrer el frente bélico en busca de una grieta en la trinchera española. Sus dos disparos, uno al cielo y otro lamiendo la cepa del poste, llegaron desde su escora hacia el centro derecha.

Entre tanto, iba ajustando mejor la extracción de golpes francos. Él quería provocarlos. Los españoles se lo facilitaban al optar por la falta preventiva si intuían su galope. Tuvo dos en secuencia en la segunda mitad. En una, al balón le faltó una milésima para completar su caída. Casillas resopló aliviado.

Para entonces, ya había dio intercambiando su banda con la de Nani. No logró desorientar el dispotivo diseñado por Del Bosque. Y aunque Bento concede licencia a Cristiano en la presión, seguramente el cansancio empezó a pesarle. De la prórroga dimitió. Ramos le extendió el certificado cuando le ganó un cuerpo a cuerpo.

Del Bosque, aunque con más dificultades que en el Mundial, había vuelto a triunfar. En la visión socialista del fútbol que tiene el seleccionador, el colectivo prima siempre sobre el individuo. Cristiano, de ego exacerbado, probó a rebelarse y acabó claudicando ante esa máquina estatal, ante la pesada burocracia española de las mil ayudas.

Creyó, sin embargo, que el encuentro aún le reservaba el asombro y los aplausos del planeta. La tanda de penaltis elimina el sujeto plural. Reduce el juego a una confrontación directa, persona contra persona, mirándose a los ojos. Puede que él mismo solicitase a Bento ese última posición en el orden de lanzamiento o que el seleccionador se limitase a proporcionarle lo que deseaba. Mucho se debatirá en Portugal sobre este aspecto, en la autopsia despiadada que toda derrota provoca. "La decisión de tirar el quinto ha sido decisión de todos. No pasa nada, los que lanzaron, lo hicieron bien", dijo en Tele 5.

Cesc, quinto por parte española, ha confesado: "Lo pedí. Tenía esa intuición". La victoria permite estas revelaciones, sobre las que se cimenta la épica que las generaciones venideras relatarán. CR7 tenía cuentas que saldar desde los once metros. Porque falló con el United en la final de Champions, aunque a la postre fuese campeón. Porque marró ante Neuer hace escasos meses. "No tengo esos fantasmas", ha replicado. Y fue Sergio Ramos, precisamente el protagonista de tantos chistes tras la semifinales con el Bayern, quien aprovechó la ocasión de exhibir su coraje y ganarse el respeto de sus burladores. Ramos y Cesc le arrebatan el laurel a Cristiano. Lo apartan de un Balón de Oro que ya acariciaba y vuelve a estar en cuestión. Lo convierten en aquello que probablemente más detesta el portugués: un simple espectador.