El Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo suele servir de reflexión sobre la formación y las tareas propias que desempeñan los Ingenieros Civiles en las obras de construcción.

Este año, la situación ha cambiado y las palabras seguridad y salud tienen una connotación diferente. En las últimas semanas, en los que la construcción ha protagonizado más titulares de los deseados, el Ingeniero Civil ha cambiado en su papel de responsable de obra, pero también en su rol de agente social.

En el trabajo de campo, la Coordinación de Seguridad y Salud se ha consolidado como una labor más que necesaria para hacer frente al contagio. Nos hemos convertido en responsables de contener la propagación del COVID-19 en un ámbito tan significativo, económica y laboralmente, como es la construcción.

Adopción de medidas urgentes, elaboración de protocolos de contención del virus, suministro de nuevos equipos de protección destinados a proteger a los trabajadores e, incluso, el cese de actividad. Semanas convulsas en los que, una vez más, la experiencia y los conocimientos previos han salvado una situación que, de no ser por la Seguridad y Salud por la que tanto luchamos en la obra, no hubiera sido posible.

En el ámbito social, el Ingeniero Civil ha sido realmente consciente de la implicación con el entorno que conlleva su profesión. No hablamos solo de asegurar el transporte por todos los medios, el abastecimiento del suministro de agua o el mantenimiento de todo tipo de infraestructuras e instalaciones, sino de construir en emergencia para salvar vidas.

Nuestro futuro pasa por anticiparnos a situaciones de emergencia para construir infraestructuras que ayuden a la sociedad a dar una respuesta rápida ante imprevistos. También para crear nuevos códigos de coexistencia en obras, de tal manera que se creen hábitos aún más fuertes en seguridad y salud. Esto, se ha demostrado, es el activo de más valor que tenemos como colectivo.