El trágico balance con el que se ha cerrado el año 2018, en cuanto al número de fallecidos por accidente laboral, que fuentes del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social cifran en 652 (34 más que en el año 2017), debe de abrir una profunda reflexión para todos los agentes que intervienen en la Seguridad Laboral, en la búsqueda de cuáles han sido las causas del incremento en la accidentalidad laboral y en la búsqueda de las soluciones que neutralicen o, cuanto menos, puedan minimizar esa lacra de mortandad que por causas laborales se producen de manera reiterada en nuestro país.

Algo está fallando en el sistema de prevención y control de la Seguridad Laboral. Y, precisamente, en el hallazgo de las causas que fracturan esa Seguridad, se podrán encontrar las medidas a implementar que garanticen la correcta aplicación de los protocolos teórico-prácticos que borren de nuestro mapa laboral las abultadas estadísticas de fallecidos por causa laborales.

Sin hacer demagogia

No se puede hacer demagogía con un asunto que, desgraciadamente, casi a diario ensombrece nuestro panorama, y con el que hay que estar identificado y sensibilizado. Tampoco se puede culpabilizar de manera concreta a nadie. Entiendo que existe una responsabilidad compartida que reside en todos los agentes que, como antes decía, intervienen en las distintas actividades laborales.

Agentes, que partiendo de la propia Administración que las regula, pasando por las Empresas que las desarrollan y finalizando por los trabajadores que las ejecutan, están involucrados en esa corresponsabilidad citada, y en el corto espacio del que dispongo, trataré de dar mi opinión en cuanto a cuáles deberían ser las pautas de actuación, en las diferentes fases que les corresponde, de cada uno de estos Agentes. En una palabra, trataré de construir el edificio de la Seguridad Laboral de manera breve.

Para esa construcción, hay que empezar por el primer Agente que interviene, la Administración, y por lo cimientos del edificio, las normas que regulan la Seguridad Laboral. Y es, precisamente, en la Administración en la recae la obligación de elaborar dichas normas y sobre todo, mantenerlas vivas, en continua y permanente evolución que las vaya adaptando al devenir del tiempo, a las condiciones laborales y a las tecnologías que también cambian.

Pero es que, además de esa permanente actualización la Administración debe vigilar el cumplimiento de lo dispuesto en las normas. Una vigilancia que debe tener un marcado carácter preventivo en aplicación de la norma y no sólo un carácter coercitivo por infracción de la misma. En pocas palabras prevenir es mejor que curar. Para ello, para esa vigilancia preventiva, debe de contar con suficientes medios técnicos y humanos. Pues adelante. Pongan en marcha los mecanismos necesarios.

Un segundo Agente interviniente son las Empresas que, como decía desarrollan las actividades laborales y sobre las que recae la obligación de cumplir las normas que regulan las actividades laborales. Normas que constituyen la herramienta eficaz, si la norma lo es, con la que podrán elaborar los protocolos de actuación para salvaguardar la Seguridad Laboral de sus trabajadores.

Protocolos, cuya implementación en el seno de la Empresa constituyen un importante avance, y protocolos que, en definitiva, deben de pasar por un formación eficaz y sostenible para los trabajadores que deben de conocer las particularidades de sus puestos de trabajo y los protocolos de actuación que, finalmente, bien aplicados y bien transmitidos se convertirán en esa medida buscada y encontrada que tendrá una repercusión positiva en la siniestralidad laboral, disminuyéndola.

Y llegamos, al final de esta breve reflexión, hablando del tercer Agente. Hablo de los trabajadores que son los que, directamente, pueden sufrir las consecuencias de la siniestralidad laboral. Pero, no hay que olvidar que, también ellos, son protagonistas.

Tenemos la norma que previene, la crea el legislador y la pone en marcha la Administración. Tenemos a quien implementa la norma y la transmite en sus estructuras de desarrollo de actividad, las Empresas. Pero nada de todo esto sirve si el tercer Agente, el trabajador, no sedimenta los conocimientos que le son transmitidos ni cumple con los protocolos de actuación laboral que se facilitan o, en defecto de ellos, aplica el elemental sentido común en el desarrollo de la actividad laboral que le es propia.

No quiero finalizar esta reflexión sin lanzar un mensaje de optimismo. Estoy convencido de que entre todos los Agentes que intervienen se puede conseguir, si no del todo, la puesta a cero del contador de siniestralidad laboral, si se puede conseguir una máxima minimación. Es cuestión de aunar esfuerzos.