Desde las intituciones europeas se busca impulsar políticas que favorezcan el abandono de la economía lineal, caracterizada por un modelo basado en la producción, el consumo y el desperdicio, a una circular, en la que la reutilización y el máximo aprovechamiento de los productos cobran especial protagonismo.

Es por ello que el Parlamento Europeo respalda una serie de normativas sobre gestión de los residuos generados en los hogares y pequeños negocios, que representan en torno al 8% del total de la basura producida en el entorno comunitario, a fin de aumentar las tasas de reciclado, limitar el uso de los vertederos, dadas sus nocivas consecuencias para el medio ambiente y la salud, y reducir los desperdicios de alimentos, toda vez que en Europa acaban en la basura 89 millones de toneladas de comida cada año.

Aunque el vertido es la opción más barata, lo cierto es que también resulta la más nociva, por lo que se hace necesario incentivar la práctica de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar), a las que se añadiría la recuperación energética de la fracción no reciclable.

«Cuantos menos residuos vierta un país, más tiende a reciclar y, por tanto, más cerca está de un modelo de economía circular». En todo caso, el objetivo es que los productos y materiales sean reciclados y reutilizados una y otra vez, de manera que continúen generando valor.

Además de todo ello, una correcta gestión de los desechos podría reportar interesantes beneficios económicos, erigiéndose en una importante fuente de ingresos. Y como ejemplo, se alude a los teléfonos móviles, ya que si se recuperasen el 95% de sus componentes, se generaría un ahorro en los costes de material superior a un billón de euros al año.

La reducción en la producción de residuos urbanos constituye también otro objetivo prioritario. Si bien entre 2004 y 2014, la generación de basura en la UE se redujo en un 3%, lo cierto es que la tendencia no ha sido la misma en todos los países.

En cuanto al uso de vertedero, los datos también son dispares según Eurostat. Mientras que los países más avanzados y comprometidos con el medio ambiente (Alemania, Austria, Holanda, Suecia, etcétera), que resultan ser también los que más reciclan y los que más valorizan energéticamente, cuentan con tasas de vertido inferiores al 4%, en el caso de España asciende al 55%, siendo aún mucho más pronunciado en Rumanía, Malta, Letonia, Croacia y Chipre, con valores que oscilan entre el 75 y el 92%.

La Comisión Europea había propuesto en su momento que la UE alcanzase una tasa de reciclado del 65% en 2030 y limitase el vertido al 10%. No obstante, todo apunta a que estos objetivos serán todavía más ambiciosos, pretendiendo llegar al 70% de reciclado y al 5% de vertido.

España

Los resultados en España están bastante alejados de los de la UE 27. Se mantienen bajos porcentajes de incineración en la diez plantas existentes (9%) y de reciclaje (15%) y altos de vertido (58%), a pesar de la Directiva de Residuos y su objetivo de vertido cero.

Según se desprende de la Directiva de Residuos y de la normativa de Energías renovables y de acuerdo con la jerarquía de residuos, la valorización energética debe seguir siendo una opción complementaria al sistema de gestión de residuos, cuyo valor es el de extraer el potencial energético de los residuos no reciclables, el de diversificar las fuentes de energía de la UE y el de mitigar cambio climático ya que consigue en parte reducir la dependencia energética de fuentes fósiles.

La eliminación de residuos en vertedero genera muchas más emisiones de CO2 que la valorización energética. Así se recoge en un estudio elaborado por G-Advisory, en el que se analizan los impactos socioeconómicos y ambientales de la valorización energética de los residuos urbanos en España y Andorra, concluyendo que los vertederos emiten anualmente casi 11 millones de toneladas de CO2 equivalente, 19 veces más que las plantas de valorización energética. En dicho documento se precisa que, por tonelada tratada, el vertido genera un 53% más de emisiones brutas que la valorización energética y un 175% más de emisiones netas.

Además de otras ventajas propias de la valorización energética sobre el vertido, resulta evidente que, en la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero, ésta se presenta como opción claramente mejor. De hecho, el vertedero ha sido calificada por la normativa vigente como la alternativa menos deseable debido a su negativo impacto sobre el entorno y la salud, presentando otros inconvenientes tales como ocupación de mayores extensiones de suelo, con los consiguientes efectos a nivel medioambiental y paisajístico; mayor producción de lixiviados, con el riesgo asociado de un incremento en niveles de contaminación, debiendo ser monitorizados y gestionados durante décadas; y la generación de biogás procedente de la degradación anaerobia de la materia orgánica, que no siempre puede ser valorizado energéticamente debido, entre otros factores, a las condiciones de degradación de la materia orgánica, el tamaño del vertedero, la accesibilidad de conexión a la red, las tipologías de residuos vertidos en los mismos a lo largo del tiempo, la temperatura y el nivel medio de precipitaciones anuales.

Asimismo, cabe señalar que, en el caso de la valorización energética, la recuperación de materiales está garantizada, con la particularidad de que la energía producida en forma de calor y electricidad se configura como un sustituto efectivo de los combustibles fósiles. Por otro lado, es necesario destacar que el 50% de la energía producida en las plantas de valorización energética es de carácter renovable.

Ventajas ambientales

Más allá de ser conceptos antagónicos, el reciclaje y la valorización energética constituyen procesos complementarios, con la particularidad de que esta última puede substituir a los combustibles fósiles y por tanto, disminuir la dependencia de estos, constituyendo una importante opción de futuro.

Respecto al mercado de la energía producida a partir de residuos, muchos expertos coinciden en señalar que éstos no deben tener fronteras, toda vez que, dentro de la Unión Europea, la eficiencia se mide en términos globales, contemplando a todos los estados miembros. Es por ello que califican como una buena estrategia enviar residuos de zonas con excedentes a otras con déficit para proceder a la valorización de los mismos.