Salen de camerinos los cuatro candidatos rumbo al plató y Albert Rivera va por delante colocándose compulsivamente los puños de la camisa, como quien se enfunda unos guantes de boxeo invisibles. ¿Y esas prisitas? Ay, ay, ay. Entran los cuatro candidatos al plató y al naranja se le ve maquillado como un piel roja. Se la va a cargar la maquilladora por subirle el tono. Ya verás mañana los analistas políticos. Pero ella no ha sido. En cuanto le dan la palabra a Rivera queda claro que el colorante no es artificial, que Rivera viene con el sofocón puesto de casa y con ganas de liarla. Esto no va a ser como en casa de Bertín. Ni vinitos, ni malús, ni jijís, ni jajás. Hoy la monto. ¡Amoooossss! Le abren el micro y Albert, de mano, pide que dimita Rosa María Mateo, la de TVE, le espeta a Sánchez que lleva escrito en la frente la palabra indulto para los separatistas y que hay que cambiar de gobierno, pero ya, para que los españoles recuperemos la dignidad. ¿Va a ser así toda la noche? Por Dios, que le den la presidencia ahora, sin votar, que este ritmo no hay quien lo siga y la gente querrá acostarse hoy tranquila. ¿Estamos en un debate o en un "after"?

Menos mal que al lado está Pedro Sánchez, serenísima república, respirando altura institucional, haciéndose el estadista. Él ha venido a hablarnos a todos desde sus cimas presidenciales, desde sus diez meses de milagros sociales que llovían cada viernes desde La Moncloa. Perfil bajo aquí en la tele para que se divise el perfil alto a la hora de votar. Durante todo el debate va a poner una carita de Superman lacrimoso que acaba de salvar a toda España de la desigualdad y la injusticia social después de haberse peleado a muerte contra el supervillano popular de la corrupción. ¿Lo recuerdan? Sí, hombre, aquel señor de Pontevedra que fumaba puros. Se va a salir poco del papel de protector de pobres, viejitas y gatos extraviados.

Pablo Casado llegó al debate con su esposa y esa envidiable sonrisa suya que parece hecha con luces LED, fabricada con el mismo molde dental que le pusieron a Cayetana Álvarez de Toledo (¿serán la misma persona?¬). Cuando le toca hablar, aunque parece bastante tranquilo, resulta raro pero ya no sonríe apenas. La primera vez que habla, mira a la cámara, y nos llama "Queridos españoles". Lo repetirá varias veces. ¿Cuánto hace que nadie nos llamaba así en TVE? Es un viaje súbito a la tele de los años setenta. Qué nostalgia.

También Casado le va a arrear bastante a Pedro Sánchez. Sobre todo le va a imputar la destrucción de España por aliarse con los independentistas, batasunos, torras y alsasuos. Y le va a pasar varias veces la factura de todos los ajustes que tuvo que hacer Zapatero cuando casi nos vamos todos al carajo en 2010. A ver: Pedro no era el presidente pero era diputado, votó a favor y es culpable. Le va a zurrar, pero ya se ve que Casado no vino con el subidón de Albert, que va a seguir liándola todo el rato. Pimba, pimba, pimba. Casado no se sofoca, no suda nunca. Ni propia grandeza le deslumbra cuando anuncia que va a poner en marcha "la mayor revolución fiscal de la historia". Y hay que ver qué bien desgrana las cosas económicas que va a hacer con tanto cálculo fiscal y cuánto dinero nos va a meter en el bolsillo a todos los queridos españoles. Este muchacho te pilla en un banco, cuando los bancos eran los bancos, y metes todos los ahorros en sus preferentes, sin pensar. Qué fiable, oye.

Ah, y también hay un señor más en el estudio. Casi se me olvida. Es un señor que llegó al debate con su ya legendario abrigo gris de la línea de alta costura de Carrefour, con una coleta sobre la chepa que por larga y voluminosa ya se está haciendo nutria. Es un señor de la nueva política que se ha hecho maduro (con minúscula, no empecemos) y un poco cascarrabias. Se llama Pablo Iglesias y debe ser, por la pinta, un viejo luchador leninista. ¿Pero este señor no se había cogido una baja? ¿Ah, y ya volvió? No parece que tenga muchas ganas de pelear hoy. Canta el repertorio clásico de bancos, eléctricas y puertas giratorias, pero se ve poco de aquel legendario macho alfa de las calles y las plazas. Pablo Iglesias, qué pesadín, se va a pasar todo el debate esgrimiendo la Constitución como solución a todas las cosas que hay que hacer. La lleva plagada de marcadores fluorescentes y lee artículos y artículos de la Carta Magna lo mismo que Santiago Abascal repite "España" como un lorito cuando le preguntan sobre políticas concretas. Uno dice "España" y aquí nunca se pone el sol.

Por cierto, ¿no vino el Capitán Barbatriste de VoxPues lo parecía porque en el programa previo de TVE estuvieron todo el rato poniendo de fondo y en bucle una música de trompas y violines como esa de "Gladiator" que usan los de Vox en su propaganda en las redes sociales. Se ve que no vino, no.

Da igual, la fiesta hoy la pone Albert, tío. Está que se sale. Lo mismo nos dice que llora y le duele mucho España que nos advierte de que si viene el señor Iglesias de vicepresidente al Gobierno de Sánchez vamos a tener que "cogernos la cartera" porque esos dos van a ir "a saco" con la "política bolivariana". Lo mismo eso que le saca a Casado aquella foto de Rodrigo Rato acogotado y entrando en el coche detenido. ¡Pim pam, toma Lacasitos! ¿Pero estos dos de la derecha depilada no iban a pactar? Bueno, sí. Eso queda claro más adelante. Luego, ya un poco más remansados, en otro momento del debate, se dicen el uno al otro que no son adversarios. Lo mismo más o menos se declaran Pedro y Pablo, que también se hacen carantoñas desde los atriles, aunque el señor mayor de la coleta le ha pedido dos veces fidelidad a Superman: nada de irse con Albert otra vez si salían las cuentas.

Poco más que contar. Luego siguió la fiesta de Albert, que le espetó a Pedro Sánchez que se "bajase del Falcon y aterrizase". Ahí el Padre de la Patria parece que despertó un poco o le bajó el trankimazim. Para frenar un poco el subidón del contendiente de Ciudadanos, se sacó de la manga un truco que traía ensayado de casa y empezó a hilar una defensa de las mujeres por aquello del consentimiento en las relaciones sexuales, el sí es sí, y los vientres de alquiler. Y entonces sí que resucitó y se encaró con los dos candidatos que tiene a su derecha (ideológica). La cabeza que le saca a Casado hizo efecto y el popular pareció hasta asustarse por el ceño del Superpresidente. Pero a Rivera... A Rivera... ¿A Rivera, qué? ¡Pim pam, toma Lacasitos. ¡Amooos!

(Hoy, martes, segunda parte)