Se puede aceptar que un debate no es una elección, si se admite recíprocamente que una encuesta tampoco equivale al veredicto de las urnas. La regla básica que el PSOE tenía que obedecer en los enfrentamientos televisivos consistía en no someter a Sánchez a más de un suplicio en público frente a sus rivales. Por tanto, los socialistas han cometido un fallo clamoroso. Por primera vez en la campaña, los 240 diputados sumados actualmente por PP, Podemos y Ciudadanos le han torcido el pulso al presidente del Gobierno, con sus 84 escaños vigentes.

Sánchez se desenvuelve a la perfección en aguas revueltas. Rectifica sin pestañear, pero se habla aquí de ceder, un infinitivo justificado por su resignado "qué remedio". No puede desobedecer a la RTVE estatal que apacenta y mucho menos a La Sexta, que se ha convertido en el canal simétrico de la Fox estadounidense, una fábrica de presidentes que produce ya cierto miedo. El líder socialista tendrá que fajarse por partida doble ante sus tres acosadores. La incertidumbre del resultado final olvida la evidencia de que ni PP, ni Podemos ni Ciudadanos pueden estar satisfechos con los pronósticos para el 28A. Ninguno de estos perdedores cumple mínimamente sus expectativas de mantenimiento o de sorpasso.

Todos contra Sánchez, que ha perdido los predebates y se ve por tanto obligado a afrontar una eliminatoria a doble vuelta. Paga con un año de retraso la pésima elección de vicepresidenta, porque es preferible chamuscar ligeramente al líder que arriesgarse a una triste exhibición de Carmen Calvo. El candidato socialista está acostumbrado a ejercer de víctima propiciatoria, y sigue aferrado al papel de protagonista único de la campaña. La agenda de los debates ha aplastado cualquier mensaje de la competencia, pero el desgaste incluso físico puede frenar el aumento incansable de los socialistas en los sondeos. Y Vox, sin despeinarse.