Extasiado ante una intervención de Obama en campaña, Carlos Fuentes interrumpe para comentar, "fíjate, parece Fred Astaire". Si uno de los intelectuales más acreditados del planeta se expresaba así, estaba claro que la valoración definitiva de un político jamás atendería a su discurso, predominarán siempre los intangibles carismáticos.

Hasta que llegó Pablo Casado, con su disparate diario como si fuera el primitivo Pedro Sánchez. El cabeza de lista del PP será el primer candidato de quien se guarda noticia que será juzgado por su valía, por desgracia para él.

Ni Aznar ni Zapatero eran brillantes, y mucho menos Sánchez, pero aprendieron a callar a tiempo. En el último de los citados, gracias a un roce con Rajoy muy por encima de la fractura ideológica.

En cambio, Casado se cree con derecho a improvisar, pese a que las nervaduras de su cerebro no distinguen entre las obviedades y las simplezas. La anécdota de Fuentes demuestra que estas carencias no arruinan por sí solas una trayectoria, pero en algo habrán influido para que el PP haya extirpado la palabra victoria de su vocabulario.

Un año atrás, Casado proponía que las alcaldías recayeran en la lista más votada, sin posibilidad de pacto. También avaló que el primero en la lucha por el Congreso recibiera una prima. Estos alardes de campeón han sido arrasados por las encuestas, y el PP pasó a blindarse en el bastión del voto útil. Sin embargo, incluso esta posición de primus inter pares se está desmoronando en los sondeos, y las plumas más montaraces de la derecha lanzan la hipótesis Abascal.

Los populares no consiguen atrapar el huidizo voto útil y, antes de que se hable a secas de un sufragio inútil, su líder se emociona con "reenamorar". Es un verbo de difícil conjugación, reenamoráramos o reenamorásemos. No se debate si las encuestas han dejado de creer en Casado, sino si el aspirante conserva la fe.