Francisco Martínez Marcos fue fusilado el 18 de octubre de 1939 en Monóvar. Tenía 35 años, era jornalero y «rojo, pertenecía a la UGT y a la izquierda», cuenta hoy su nieto Francisco José Martínez. Su familia nunca pudo recuperar el cuerpo para enterrarlo en un panteón propio y eso es algo que, presumiblemente, podrán hacer en pocos meses, cuando se abra la fosa ubicada en el cementerio.

«Para mi supone mucho. Mi padre no podía ni hablar de mi abuelo porque se emocionaba. Si él hubiera visto que he podido recuperar el cuerpo de mi abuelo y enterrarlo con él, mi padre hubiera descansado. Descansar y que tenga un entierro, ya esta. Yo no quiero buscar culpables, la gente que lo juzgo o lo mató ya no está. Hay que buscar una solución, que esas personas se entierren. Lo único que pretendo es enterrar a mi abuelo. Ochenta años se ha tardado, pues ya está bien», asevera Martínez Marco.

Su familia fue otra de las que sufrió la represión. «No se pudo recuperar el cuerpo, de eso no se podía ni hablar. A él lo involucraron en unos asesinatos e incluso la familia de esas víctimas decían que él no había sido. Lo sacaron de su casa una noche, lo juzgaron y lo fusilaron. Según tengo entendido fue sobre las seis de la mañana, aquí en la puerta del cementerio. A las dos de la mañana los sacaron de la celda para confesarlos. Una persona muy religiosa del pueblo le llevó al otro día a mi abuela una lata de sardinas y un trozo de pan. Le dijo que era la cena de su marido, que como sabía que iba a morir, prefirió que se la comieran sus hijos», prosigue.

«Esto no es reabrir heridas. Al contrario, es poder estar tranquilo y saber dónde esta mi abuelo. Yo ahora mismo estoy en el cementerio y no sé si está aquí o más allá. Es que no lo sé. Creo que tenemos derecho a saber dónde están. Si hacemos esto quizá nos quedemos ya tranquilos. Es poder coger un ramo de flores y ponerlo junto a mi padre y mi abuelo. Ya está, no hay más», resume.