Las lágrimas y el desconsuelo no se podían contener mientras una pala excavadora derribaba los tres bungalós adosados de la primera fase de la calle Joaquín Turina de Monóvar. A las ocho de la mañana comenzaron, con presencia policial y gran expectación mediática, unos trabajos que está previsto que finalicen a lo largo de esta jornada.
La demolición se desarrolló con extremo cuidado y bajo la atenta supervisión del arquitecto municipal. Un tiento con el que se pretendía «salvar» las dos viviendas de la otra fase, que todavía están en pie a pesar de los daños estructurales que presentan como evidencian las grietas. Sus dueños se han resignado al peor de los escenarios aunque conservan la esperanza de poder sacar sus pertenencias del interior antes del derribo controlado.
Por contra, al resto de afectados solo les queda conformarse con que los operarios intenten recuperar los muebles, ropa, documentos, recuerdos, electrodomésticos y objetos a medida que la pala vaya echando abajo sus treinta años de vida.
Cabe recordar que las cinco familias del Raval Zafarig fueron desalojadas con urgencia el pasado viernes por los bomberos del Parque Comarcal de Elda tras desplomarse el muro de cerramiento del bungaló que hacía esquina. No hubo que lamentar víctimas porque nadie pasaba en ese momento por la calle ni había moradores en su interior. La vivienda llevaba tiempo deshabitada al haber sido objeto de un embargo bancario. Los vecinos tuvieron que salir de madrugada con lo puesto y dejándose todas sus pertenencias dentro. Desde entonces no se les ha permitido acceder a sus hogares ante el riesgo de derrumbe.
Ayer estaban abatidos al ver las entrañas de sus hogares convertidas en escombros. Detrás de las vallas instaladas por el Ayuntamiento como perímetro de seguridad, familiares y vecinos de la zona trataban de insuflarles ánimo con sus abrazos y palabras de apoyo. Pero nada podía frenar la emoción. «Esto es muy duro. Pierdes tu casa y tus recuerdos. Lo pierdes todo», indicaba Isidro Huelamo mientras su hija añadía: «Ahora tenemos que empezar de cero porque nuestras vidas se han derrumbado como nuestras casas». A pesar de ello Nazaret se mostraba «superagradecida con todas las personas de Monóvar y Pinoso que se han volcado con nosotros y nos están ofreciendo su ayuda. Gracias a ese apoyo y solidaridad nos estamos levantando», señaló la afectada con una admirable entereza. Sin embargo a Manuel González la voz se le quebró cuando el arquitecto municipal se dirigió al lugar donde estaba y le entregó un estuche de colonias que encontró entre los ladrillos de lo que fue su hogar. «Quiero enmarcarlo en mi bar tal y como está, sin quitarle el polvo, como recuerdo de lo único que se salvó de mi casa», dijo emocionado. Otro de los damnificados, Javier Carbonell, comentaba: «ahí está mi vida entera, la de mis hijos, todo lo que tengo y cuando me pongo a pensar me vengo abajo».
Son los testimonios de quienes han visto sepultada una vida entera bajo el cemento. Una desgracia que recuerda la ocurrida en octubre de 2017 en la vecina localidad de Elda cuando cinco familias salieron corriendo a la calle porque el edificio se les venía abajo. Un pilar se quebró y el forjado del primer piso cedió de forma brusca. Podría haber sido una tragedia pero no hubo heridos. Sin embargo los afectados por la ruina del bloque de pisos 37 y 39 de la calle San Miguel fueron desalojados ante el riesgo de derrumbe inminente. Tres semanas después el Ayuntamiento procedió al derribo. Un episodio idéntico al ocurrido ahora en Monóvar.
