Los Moros y Cristianos de Monforte del Cid gozaron ayer de su tercer día de fiestas con un tiempo de primavera en pleno otoño. Bajo un intenso cielo azul y los cálidos rayos del sol fueron sucediéndose, uno tras otro, los actos de un programa de fiestas que no dio tregua a las tres comparsas.

Desde bien temprano las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves comenzaron a voltear para anunciar al pueblo que a las 8.30 horas comenzaba la Santa Misa. Media hora más tarde sonaban las primeras marchas y pasodobles por las calles todavía dormidas. Partiendo de sus respectivas sedes, las escuadras Moras, Cristianas y Contrabandistas se dirigieron a los cuartelillos donde les aguardaban sus cargos festeros. Y a las 10.30 horas, desde la Casa Consistorial, subieron puntuales las comparsas al templo haciendo juegos de luces y sombras con sus trajes, sus armas, estandartes y banderas.

La Misa Solemne cantada por el coro parroquial, con la imagen de La Purísima presidiendo el altar, emocionó a los monfortinos por la arraigada devoción que profesan a su patrona. Pero llegado el mediodía volvió la algarabía a las calles con un colorista desfile camino del castillo de embajadas. Era el momento de disfrutar con la representación de la Arenga y Embajada Contrabandista. El numeroso público que acudió a la cita rodeó la fortaleza para disfrutar de una de las declamaciones más sobresalientes de los últimos años. Y a continuación rugieron los arcabuces por vez primera en las fiestas monfortinas. Una Guerrilla más participativa que la del año anterior cerró el programa matinal. Y con el fuego y la pólvora se retomaron los actos a las cuatro de la tarde como prolegómeno de la Arenga y Embajada Mora. Otra extraordinaria escenificación que terminó con el entusiasta abrazo de los dos Embajadores, que fueron interrumpidos por los aplausos del público en varias ocasiones. Ya había oscurecido cuando a las siete de la tarde comenzaba la Bajada de las Guerrillas. Desde Reyes Católicos hasta la avenida de Alicante volvieron a lucirse los cabos y sus escuadras, dejándose llevar por el contagioso júbilo de la pasión festera como si no hubiera un mañana.