Pólvora, música e historia se dan cita en la Estafeta y Embajada Cristiana de Elda, que cada año cuenta con más adeptos. Así, un público entregado dispuesto a ver cómo el bando cristiano gana la fortaleza, se agolpó en la calle Colón y la Plaza Constitución. La buena climatología propició que el acto luciera en todo su esplendor así como el buen hacer de los embajadores que, en apenas dos años, han tomado el relevo a su predecesores.

Hora y media antes del inicio de la Estafeta y Embajada, los arcabuces comenzaron a sonar. El Alardo anunció que uno de los últimos actos de los Moros y Cristianos de 2018 estaba a punto de comenzar. Los tiradores acompañaron a los capitanes de las nueve comparsas, que comandaron sus ejércitos.

En el último día de fiesta y todavía quedaron fuerzas para jalear a los del bando de la cruz, que avanzaron para arrebatar a los moros la plaza eldense. Pero, antes de que llegasen las tropas y mientras las abanderadas, que portan las banderas de las comparsas de la media luna se situaron en las almenas del castillo, una voz en off relató los momentos más relevantes de la historia de Elda desde que pasa a los reinos de Murcia, Castilla y Valencia así como los sucesivos señores que mandaron en estos territorios. Toda una lección de historia.

La Embajada Cristiana, en la que el castillo vuelve a manos del bando de la cruz, es una réplica de la que se celebró dos días antes. Al igual que en la anterior, un jinete partió de la Casa de Rosas llevando un mensaje de paz. La misiva fue rechazada. Fue el jefe de las huestes de la media luna, David Juan Monzó, quien dijo: «Elda no se rinde».

A partir de ahí las tropas y el cortejo del bando de la cruz iniciaron su camino hasta el castillo, encabezadas por la «Trova Cristiana». Al embajador cristiano, Alberto Rodríguez, le precedieron los estandartes de las cinco comparsas del bando de la cruz y le escoltaron los capitanes y abanderadas de las mismas.

A los pies de la fortaleza, Rodríguez inició el parlamento con buenas palabras con el fin de negociar un asalto sin derramamiento de sangre. Pero las conversaciones fueron poco a poco subiendo de tono y no quedo más remedio que utilizar las armas.

Así antes de rendir el castillo, los dos bandos se enzarzaron en una lucha de pólvora. Bajo la humareda se pudo ver como los moros retrocedieron perdiendo poco a poco la fortaleza. Los dos embajadores sacaron espada y sable y libraron su última batalla. El cristiano logró vencer al moro y colocar la bandera de la cruz en la torre mientras desde bajo sus tropas y el público aplaudían su victoria. Con ella, el contrabandista Alberto Rodríguez se consagraba en el cargo de embajador después de su debut en la mora.

Un único incidente incomodó la Estafeta y Embajada Cristiana y fue la alarma de un establecimiento, que se disparó justo cuando del clarín sonó en la segunda llamada. En apenas unos minutos se desactivó y el acto pudo seguir sin problemas.