Tras matar a Antonio de ocho cuchilladas que le partieron el corazón y un pulmón, Salva huyó del garaje de la calle Calamocha y fue a quitarse la ropa ensangrentada a un trastero de Campanar. Así lo detalló a la Policía. Pero obvió un detalle: él no era el dueño del trastero. Lo tenía alquilado su mejor amigo al que, por supuesto, no le habló de que lo iba a usar aquel día. Tampoco había riesgo de cruzárselo: la llave del amigo había desaparecido poco antes de manera misteriosa y Salva se había brindado a colocar un candado del que casualmente sólo él tenía llave.