La estampa de un pastor con su rebaño de ovejas y cabras lleva camino de convertirse en una imagen del pasado en la provincia de Alicante. Cada vez resulta más difícil encontrarse con este reflejo de la actividad ganadera extensiva a pequeña escala, y no únicamente en los alrededores de los núcleos urbanos, sino también en las zonas rurales. El número de pastores desciende, y los pocos que quedan van envejeciendo, sin que en la inmensa mayoría de casos haya jóvenes que tomen el relevo. La ganadería va haciéndose progresivamente más intensiva. lo que implica que los animales no salen a pastar por el campo o el monte, algo que tiene también consecuencias ambientales.

Los números lo dicen claramente: la cabaña ovina de la provincia ha caído en dos años de 102.199 a 80.770 animales, dato este último referido a noviembre de 2015, según el Ministerio de Agricultura. En el caso de las cabras, en cambio, sí ha habido un ligero aumento, de 33.096 en 2012 a 34.709 tres años más tarde. No obstante, tal y como ha publicado este periódico en alguna ocasión, la producción lechera es la que mantiene a flote el ganado caprino, que además es relativamente numeroso. Eso sí, la ganadería envejece y se hace intensiva: en 1999 había 594 explotaciones de ovino y 533 de caprino, según el Censo Agrario; de la última encuesta realizada por el INE, en 2013, se calcula -los datos son autonómicos- que quedan menos de 300 fincas de cada uno de estos ganados. En este tiempo, el número de explotaciones agropecuarias en la Comunidad ha bajado de 222.454 a 113.972, y el porcentaje de dueños de fincas mayores de 65 años ha crecido del 33,58% al 47,34%.

Vocación

Así pues, quien a estas alturas sigue dedicándose al pastoreo es porque no encuentra otra forma de trabajar o porque lo vive con vocación. José Amat Payá, de Petrer -conocido en la localidad con el mote de «el Guinya»-, cumple fielmente este último caso: rondando los 70 años, mantiene un ganado de 160 ovejas y 130 cabras «porque lo disfruto y porque no he hecho otra cosa en mi vida».

Su padre ya era pastor, y él ha seguido con esta actividad hasta hoy. «Soy un apasionado del ganado porque creo que hace bien, ya que regenera el monte». En este sentido, recuerda que los animales desbrozan el bosque, y eso se refleja en que «donde hay ganado es donde menos incendios hay».

José Amat explica que los animales «van enterrando simientes con las pezuñas al andar, y eso favorece que haya más diversidad de plantas».

La propia administración lo reconoce; la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural destaca la «importante función en la preservación del medio natural» de la ganadería extensiva, a la vez que contribuye de manera decisiva a fijar población en áreas rurales. Por ello, hay distintas ayudas a los productores, a la vez que se sigue un exhaustivo control sanitario en todo el proceso de producción alimentaria derivado del ganado.

Venta de carne

Petrer no es un municipio rural, pero su amplio término y su extensa superficie de monte público favorecen que todavía queden varios pastores. «El Guinya» vende sus corderos para carne -la cual se comercializa en un único establecimiento de Petrer- y utiliza a las cabras como nodrizas. Eso sí, todo «siguiendo el ciclo de vida natural de los animales»: se aparean «a su libre albedrío», y después las crías se dejan con sus madres hasta los 90 días de vida, más tiempo de lo que es habitual en las granjas intensivas. La lana, sin embargo, «se vende ahora más barata que hace 60 años». José Amat recuerda cómo su familia llegó a trasladarse hacia 1955 a Bocairent para cuidar un rebaño que abastecía de lana a una fábrica de mantas de esa localidad. «Entonces se pagaba a 125 pesetas [75 céntimos de euro] el kilo; hoy te dan 40 céntimos».

El pastor de Petrer lamenta que en el oficio ahora «estamos dejados de la mano y con cierta presión», porque considera que «hay muchas obligaciones a cumplir y pocas compensaciones para lo duro que es el trabajo». Además, «veo mal el relevo generacional, porque nadie quiere dedicarse a esto aunque es necesario». En este sentido, valora que la administración y los agentes forestales «están muy concienciados» con el tema, pero «nuevos en el oficio prácticamente sólo entran aquellos que no tienen otra cosa a la que dedicarse». Por ello, cree que el futuro se presenta muy complicado.