La recolección de la preciada cereza villenera ya está en marcha y se sigue haciendo como siempre: de forma artesanal. Es un fruto muy delicado y para evitar que sufra cualquier daño debe ser recogido con las manos, con tiento y mucho mimo. Y así seguirá haciéndose, a plena luz del sol, hasta que la campaña llegue a su fin en la primera semana de julio. Pero en el caso de Villena el proceso de selección y calibrado de la cereza por su tamaño, así como el posterior envasado, se lleva a cabo de forma instantánea a pie de árbol, lo que reduce la manipulación del producto y agiliza su comercialización. De hecho, en menos de 24 horas una bandeja de cerezas de Villena puede adquirirse en cualquier mercado del norte de España y en menos de 48 horas también en Gran Bretaña.

En la capital del Alto Vinalopó sólo hay doce fincas de cerezos y se encuentran repartidas por los parajes de El Puerto, El Pinar y Los Cabezos. Quizá por eso su procedencia es poco conocida y su origen alicantino suele asociarse a los campos esculpidos en las montañas de l'Alcoià y El Comtat, que son las comarcas que concentran el grueso de la producción en la provincia y también en el conjunto del arco mediterráneo.

Pero la cereza villenera es cada vez más conocida y demandada. Hay poca, cotiza al alza por su calidad y aumentan sus adeptos tanto en el mercado nacional como en el británico. Y todo ello está llevando a los agricultores de la zona a barajar seriamente la posibilidad de crear una marca de excelencia distintiva del resto.

La introducción de esta dulce fruta en el Alto Vinalopó se remonta tres décadas atrás. La pionera fue la finca Villaventín y le siguieron otras, a ritmo pausado, que apostaron por las variedades más comunes: la burlat, la bing y la van. Pero cinco años atrás se produjo en la localidad la conocida como "fiebre de la guinda" y las plantaciones se multiplicaron con extraordinaria rapidez, llegando a aumentar las tierras de cultivo en un 30 por ciento con la introducción, además, de variedades más modernas y productivas.

Ese "boom" se ha mitigado y en la actualidad se mantienen 200 hectáreas en doce plantaciones de las que se suele obtener una cosecha media que ronda el millón de kilos en su conjunto. Sin embargo, los productores siguen quejándose de los bajos precios que tienen que soportar por una fruta que es muy sensible a las humedades, las lluvias y las bajas temperaturas. Precisamente los intensos y tardíos fríos de febrero han mermado en un 35% la campaña de este año, pese a lo cual la calidad es excelente y la llamada de los mercados así lo refrenda.