Todo el que pasa por la autovía Alicante-Madrid se fija en una concentración de bañistas, con sus correspondientes vehículos aparcados cerca, en el fondo de un barranquillo inhóspito y áspero como paisaje lunar: la Rambla de Les Salinetes de Novelda. Desde el asfalto se ve a la gente rebozarse plácidamente en lo que parece un charco de barro turbio, y no deja de llamar la atención que tales baños, según dicen casi milagrosos para la salud, se practiquen a tiro de piedra de la subestación eléctrica El Petrel que, como cualquier instalación de su naturaleza, presuntamente debe de emitir radiaciones no muy benéficas.

Ese temor manifiesta un matrimonio de Almansa que, tras tanto ver a los bañistas al ir y volver de la playa, ha bajado por primera vez "y última: la electricidad tan cerca me pone los pelos de punta". Otra señora que no da su nombre se queja de lo mismo, "me revuelve las tripas la subestación y que hayan puesto la autovía al lado estando las Salinetas aquí de siempre curando a la gente; para la artritis reumatoide el efecto es inmediato, estás una hora y al salir ya mueves y casi no te duele". Así será, pero a la hora de trazar carreteras o colocar postes de alta tensión, en esas cosas ¿quién se pone a pensar?

Luis Medina, de Novelda, asegura que desde que hace barro con estas arcillas, se lo pone y luego se limpia bajo el chorro "mi brazo y mi espalda han rejuvenecido". Y Antonio Palma, de Elda, dice que el agua en invierno y verano brota a 22 grados, que de cada litro salen 250 gramos de sal, y que regularmente los de la Universidad la vienen a analizar. Antonio acude con sus dos perros, la Canela tiene 15 años "y no le duele un hueso, de venir aquí desde cachorra; el Enchufe es joven, pero lo traigo ya para que tenga una buena vejez". Perros y amo hacen, como todos, "la novena", nueve días seguidos de baños, descanso y vuelta a empezar. "Porque esto es bueno para la ciática, la tendinitis, las cervicales, el lumbago, la artrosis, las fracturas que fraguan malÉ". Que aquí hubo uno de los mejores balnearios de Europa, dice; "el balneario, bueno, sus ruinas, caen un poco más abajo, y la ermita. Aquí vino hasta Franco a tomar los baños, gente importante de España y de fuera, pero luego dieron orden de quitarlo".

Cuentan que fue hacia 1940 cuando se demolió, para reutilizar los materiales en aquella España de posguerra donde todo escaseaba. Gente mayor de la zona, que aún recuerda aquellos años, se queja de que ahora impidan acondicionar mejor los baños "por la cosa medioambiental, ¿sabe usted?, pero cuando con el balneario le sacaban a esto buenas perras nadie ponía inconvenientes, al revés: todo eran bendiciones".

El eldense Eugenio se deshace en elogios de las aguas "que han aliviado y siguen aliviando a todos los que venimos; y eso los primeros en saberlo son los médicos, que nos dicen que vengamos pero sin contarle a nadie que nos lo han dicho ellos, no quieren reconocer los méritos de lo que no se vende con receta". Y Amadeo Payá, que se baja desde Ibi a tratarse los achaques al aire libre, cuenta y no acaba, "antes de venir aquí no podía enderezarme ni dar un paso, las rodillas no me llevaban y estaba en un ¡ay!, me iban a dar la inutilidad total en el trabajo pero me hablaron de esto, bajé y ya me ve. Todos los años hago por lo menos un par de novenarios de baños, descanso, repito y como nuevo".

A los niños se les ve disfrutar en especial con lo de embadurnarse con las arcillas, una verde y la otra roja, "y con bañarnos en la piscina, que no te puedes ahogar aunque te caigas porque con tanta sal, flotas". Por las lomas de enfrente de la autovía descienden unas muchachas con la cara oculta tras una endurecida costra de barro verde, "para el acné y toda clase de granos esto es una maravilla", aseguran. Las vetas verdes brillan al sol tal que escurriduras secas sobre la tierra rojimorada y la gente sube a buscarlas, escarbando un poco con los dedos para utilizar la arcilla limpia, libre de polvo, y confeccionar su emplasto con el agua recién brotada del manantial. "Al Nacimiento viene gente de Alicante, Pinoso, Salinas, Aspe, Monóvar, Elda, PetrerÉ y de la montaña también, y hasta un profesor de Ubrique, ya ve usted".

La Peña El Salao

Domingo Pradillo Parra, jubilado y fervoroso apóstol de los beneficios de las aguas y barros de Salinetes, pertenece a la Peña El Salao "que formamos entre unos cuantos jubilados, en bien del común; ponemos un euro a la semana para gastos y nos ocupamos de adecentar la zona, quitar basuras, limpiar los daños cuando hay riada, reponer los destrozos, traer garbillos para cerner las arcillas, hacer estos muretes, la zona de descansoÉ" Todo eso, sin embargo, les está trayendo serios disgustos "por los ecologistas, que dicen que aquí no se puede plantar ni tocar nada; ya ve, no nos dejan poner cuatro arbolicos que den sombra y llamen a la lluvia, pero con la subestación eléctrica al ladico mismo del manantial no se meten, así son las cosas".

Teresa, la mujer de Domingo, con los pies hundidos en el agua "me da pudor enseñar las carnes con tanta gente", apunta que su marido y los de la Peña el Salao se dejan la piel "en algo que es un bien para todos, de aquí y de fuera. La Rambla es de la Confederación del Júcar pero la cuidamos nosotros, y encima nos quieren denunciar y sacarnos de aquí".

Pero no están por la labor de irse ni viejos, ni jóvenes ni niños como el nieto de Domingo "que vengo con mi abuelo para tener salud como él cuando llegue a su edad". Y cuenta el abuelo que en invierno, después de remojarse en el Chorro, se hacen unas gachamigas y se las comen a cielo abierto "en la zona de recreo que nos quieren quitar, donde uno de los bancos es media bañera del viejo Balneario, y donde le damos gracias a Dios por la bendición del Agua del Salitre que nos regaló".