Cae la noche en Campo de Mirra y las calles respiran vida, en especial los alrededores de la iglesia parroquial, que luce engalanada para una ocasión especial. No cabe duda de que estamos a 25 de agosto. Es ese día, y no otro, cuando los protagonistas que firmaron la paz entre los reinos de Castila y Aragón en 1244 cobran vida como si se tratasen de "espíritus" atrapados en el tiempo, "espíritus" que se manifiestan cada año para revivir los hechos que dieron como resultado el Tratado de Almizra.

La pequeña localidad del Alto Vinalopó se preparó a conciencia para recibir a todos sus invitados, algunos de ellos ilustres como la ristra de alcaldes de la contornada o la subdelegada del Gobierno en Alicante, Encarna Llinares, que tampoco quiso perderse esta representación teatral que cumple ahora su 34 cumpleaños. La introducción al tratado corrió a cargo, como viene siendo habitual, por el discurso de bienvenida de Josep Miquel Francés, sacerdote y cronista del Patronato organizador, que dio con sus palabras la bienvenida a los asistentes. Poco más de 20 minutos más tarde, más de 40 actores, esos "espíritus", salían a escena para recrear los avatares de unos acontecimientos que cambiaron el curso de la historia.

La representación del tratado, basada en los hechos que Jaime I relató en su "Llibre dels Feits", narra lo que aconteció en la reunión diplomática que Jaime I el Conquistador y el infante castellano Don Alfonso -futuro Alfonso X El Sabio- en representación de su padre, el rey Fernando III. Ambos mantuvieron disputas por poblaciones como Xátiva o Sax, todavía en poder islámico, y cuya conquista había sido decidida en pactos anteriores. La representación comienza con la bienvenida de Jaime I al infante y su séquito, y va desarrollando la crisis política que se desencadenó por estos desencuentros territoriales y la resolución final con la firma del pacto mantuvo la paz entre ambos reinos, con la particularidad del recitado de los actores, en castellano para aquellos que pertenecen al reino de Castilla y en valenciano los del reino de Aragón.

El apretón de manos entre en infante castellano y el bravo rey de Aragón, cuando se sobrepasaban las once y media, acompañado por el repicar de las campanas y los aplausos supuso el punto álgido de una historia que ha quedado para la eternidad.