Manuel Pinteño se enfrenta a una realidad completamente desconocida para quien lleva 33 largos años de condena a sus espaldas y 24 de ellos confinado en módulos de Aislamiento. Ingresó por vez primera en una cárcel con 19 años y salió en la tarde del pasado miércoles con 52 años recién cumplidos. En todo este tiempo no ha disfrutado de ningún permiso carcelario y sólo ha pisado la calle en las siete breves fugas que ha protagonizado desde entonces. Para este eldense padre de seis hijos una rotonda, una fuente, un teléfono móvil o una tele de plasma es todo un acontecimiento. "Yo conozco la España de hace treinta años, la de ahora la tengo que descubrir porque todo está muy cambiado, son muchas cosas nuevas y estoy intentando despejarme", comentaba ayer "nervioso" pero "eufórico" mientras miraba a su alrededor intranquilo e inseguro porque todavía no ha asimilado que ya es un hombre libre. "Me está costando adaptarme pero soy camaleónico y no me va a costar mucho hacerme a mi nueva vida. De todos modos es que sólo llevó un día aquí fuera". Un día en el que pudo abrazar de nuevo a sus hijos y a su madre, conocer a los familiares a los que no conocía, tomarse una cerveza en un bar, besar a sus diez nietos y visitar la tumba de su padre.

Reconoce que en su juventud cometió errores -atracos y robos- que si pudiera volver atrás no cometería otra vez. "Pero el pasado es el pasado y el futuro es el futuro. De todos modos, el sistema policial, judicial y penitenciario ha sido muy injusto conmigo. No he cometido ningún delito de sangre, ni sexual, ni de narcotráfico y sin embargo me han robado media vida en la cárcel", dijo muy nervioso. "Perdona pero es que estoy muy agobiado. Esto de los periodistas no es lo mío".

Paseaba ayer tarde por los jardines del Peri del Vinalopó de Elda y le acompañaban sus hijos, de los que no se ha separado ni un sólo instante en sus primeras 24 horas de libertad. "Ellos han sido los que me han dado fuerzas, esperanzas y las ganas de vivir cada segundo de estos 33 años. Han sido el único aliciente para tirar adelante aunque es verdad que al final ya estaba desesperado", explicó admitiendo que ha llorado muchas veces en su celda. "No me averguenza decirlo. He llorado mucho pensando en mi familia y también por la impotencia y la rabia de lo que me han hecho" dijo remarcando que de la prisión no echa nada de menos porque, según sus propias palabras, es un infierno y un calvario. "La cárcel destruye al ser humano. Está hecha para destruir y despersonalizar. Aquí -en la calle- no somos nadie pero detrás de las rejas todavía menos".

Su participación en el motín de Fontcalent lo convirtió en un preso mediático. Pero de aquel episodio de los años 90 no ha querido apenas hablar. "Aquello fue muy desagradable y yo no pude hacer nada por evitarlo. Quise mantener el orden pero entre tanto lío no podía estar en todas partes. En fin, prefiero no recordarlo porque no tengo un buen recuerdo de lo que allí pasó". Cambia entonces de tema demostrando que, en su caso, tantos años de presidio no han acabado con su buen humor. "Oyé no pisemos el césped no sea que vaya a venir el guardia y acabemos todos en la cárcel", sonrío contestando que nada tiene decidido sobre su futuro. "Si me sale trabajo lo aceptaré. Estoy dispuesto a trabajar hasta de Guardia Civil si me lo ofrecen", sonrío de nuevo mientras hacía reir también a sus hijos, que no le quitaban ojo.

Pero en la vida carcelaria no todo es malo. "Allí dentro se pueden hacer enemigos muy peligrosos pero también grandísimos amigos y, si me permites voy a aprovechar para transmitir mucha fuerza a mis colegas porque del pozo se sale". Pero Pinteño también echa de menos a sus pajarillos. Los gorriones que recogía en el patio cuando caían del nido. Se los llevaba a la celda y los cuidaba hasta que podían emprender el vuelo. Como él vuela ahora.