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Bienestar Social realoja a 50 usuarios del albergue de El Toscar tras la desescalada

Más de 200 personas sin techo han pasado por las instalaciones ubicadas en un polideportivo durante el estado de alarma, donde se pudo garantizar su confinamiento

Trabajadores de DyA y voluntarios desmontando el albergue que ha estado en activo cuatro meses. MATÍAS SEGARRA

Tres meses después de que el polideportivo de El Toscar se transformara en un improvisado albergue para acoger a las personas sin hogar durante el estado de alarma y cumplir así con el confinamiento decretado por el Gobierno, las instalaciones, que aún acogen a una veintena de personas, cierran sus puertas este domingo. Y lo hace dando solución, en gran parte, a uno de los mayores retos que planteó desde su inicio: ¿Qué pasaría con toda esa gente que tras meses, años en muchos de los casos, había logrado salir de las calles y tener un lugar en el que dormir?

El Ayuntamiento de Elche, en colaboración con DyA, que ha gestionado este albergue desde el principio, han conseguido realojar a más de medio centenar de las más de 210 personas que han pasado por las instalaciones desde que abrieron sus puertas. Son «prácticamente todos los que han pedido ayuda, pues hay gente que tras levantarse el confinamiento han vuelto a sus localidades de origen, ya que el estado de alarma les pilló aquí de paso y no pudieron regresar, han logrado una alternativa por su cuenta o, que también los hay, han querido seguir con su estilo de vida y volver a vivir en las calles», señala el edil de Bienestar Social, Mariano Valera. Ciudadanos de Elche han cedido seis viviendas, que se suman a un piso destinado a jóvenes cedido por Cáritas y otro que ha facilitado otra entidad. Así, una treintena de personas ha encontrado techo, mientras que otras se han ido con familiares o han podido alquilarse una casa gracias a que han conseguido un trabajo estando en el albergue.

Atrás quedan ahora meses «de mucho trabajo, no ha sido fácil», reconoce Antonio Tarí, coordinador de DyA. Las previsiones iniciales quedaron escasas a las pocas horas de abrir las puertas, y se han tenido que quintuplicar el número de camas, hasta superar las 90 personas compartiendo espacio. «Desde el primer momento se empezó a trabajar en qué serían de estas personas una vez se desmantelara esto, desde poder ofrecerles una vivienda hasta ayudarlas con un puesto de trabajo que les permitiera salir adelante. Nos hemos encontrado gente muy trabajadora, que nos ha llevado a sacar esto adelante y que se merece una oportunidad», añade Tarí. De hecho, en las últimas semanas «algunos han encontrado trabajo en la cocina o en el campo, y han estado viviendo para dormir. También hemos mediado entre familias donde había habido problemas y uno de ellos se había quedado en la calle al coger la puerta y marcharse».

A la labor de los voluntarios de DyA, encargados de la gestión del centro, recursos, reparto de las comidas que se servían cada día y de mantener las instalaciones se ha sumado la de los propios usuarios. «Hemos tenido a una persona que se ha encargado del registro de nuevos usuarios, comprobar el orden y realizar las admisiones. Otra familia se ha encargado de la lavandería, teniendo listas toda la ropa de cama y de los usuarios como si de una empresa se tratara. Además entre todos se ha realizado la limpieza y recogida del comedor y el resto de zonas comunes, y lo más bonito es que al final se ha convertido en una gran familia, con sus virtudes y defectos».

«Duro pero bonito»

Una de las partes más complicadas,reconoce, ha sido lidiar con gente tan diversa, pues «tenemos usuarios que viven en la calle y arrastran problemas de adicciones, gente que lleva años sin compartir espacios con otras personas, y familias sin recursos que están pasando una situación muy complicada. Ha habido que reeducar en tema duchas, para que no se tirara la ropa, pues muchos estaban acostumbrados a hacerlo al no tener dónde lavarla. Ha sido una labor dura pero bonita», concluye Tarí, que comenta casos emotivos como el de una joven de nacionalidad rumana que en el albergue ha logrado dejar sus adicciones y le están tramitando la vuelta a su país para reencontrarse con la familia.

«Se lo debemos todo a la solidaridad de vecinos y empresas»

«Se lo debemos todo a la solidaridad de vecinos y empresas»Improvisar un albergue con capacidad para más de 80 personas en apenas seis horas, sin apenas recursos, «no fue fácil», recuerda el edil de Bienestar Social, Mariano Valera. «Al decretar el confinamiento se nos presentó el problema de cómo gestionar la cantidad de personas que teníamos sin hogar, y gracias a DyA, a los técnicos, y a la colaboración ciudadana, tanto a nivel particular como de empresas que han donado material, se hizo posible. Quiero dejarlo claro, esto ha sido gracias a la solidaridad de los ilicitanos, porque un Ayuntamiento no tiene capacidad para gestionarlo todo: alimentos, material, techos, camas, mantas, ropa, electrodomésticos... Estoy muy orgulloso de la gente de Elche, han demostrado que cuando se le pide ayuda a la ciudadanía, ésta responde», añade el concejal. Su área ha sido la encargada de gestionar no solo la avalancha de personas sin hogar que buscan un techo donde pasar el confinamiento, sino aquellas que se quedaron sin trabajo, sin dinero y en muchos casos, sin nada que echarse a la boca. «Hemos trabajado poniendo la dignidad de las personas en el centro, y a partir de ahí, tomar decisiones». El albergue, que se pensó en un principio para una veintena de personas, se quedó corto nada más empezar. «Hemos llegado a tener picos de más de 90 personas a la vez, y por allí han pasado 210 usuarios. Hemos recibido llamadas de otros municipios con menos recursos y se les ha acogido. No podíamos ponernos de perfil», concluye.

«Nos echaron a la calle en lo peor de la pandemia, no teníamos qué comer»

Maura y su marido, Richar, han sido realojados tras pasar dos meses en el albergue municipal de El Toscar

«Es una nueva oportunidad para volver a empezar, hemos pasado de vernos en calle a tener un hogar». Así describe Maura Azócar, una de las usuarias del albergue de El Toscar lo que ha supuesto para ella pasar buena parte de la pandemia en el polideportivo reconvertido en hogar para más de 200 personas durante el estado de alarma. La frase es suya, pero el sentimiento es compartido por el cerca de medio centenar de vecinos y vecinas que, una vez finalizado el estado de alarma, no tendrán que volver a vivir en la calle gracias a que las gestiones de los servicios sociales han realizado para ofrecerles una alternativa habitacional. La batalla contra las adversidades de Maura y Richar, su marido, viene de lejos. Provienen de Venezuela, y tras marcharse a República Dominicana llegaron a España a finales del año pasado tras solicitar asilo, huyendo de «la precaria situación que vevíamos allí. No teníamos qué comer, nada para vestirnos, medicinas...», así que, tras dejar a sus hijos y a sus padres a buen recaudo, llegaron a España en busca de una vida mejor. Pese a que en un principio fueron acogidos en una vivienda en Orihuela Costa, «en mitad de la pandemia la mujer que nos había acogido nos echó, nos vivos literamente en la calle, sin ropa, dinero ni nada para comer», recuerda con angustia.

Pidieron ayuda al Ayuntamiento de Orihuela, «sin respuesta», lamenta, «y fue entonces cuando nos hablaron del albergue instalado en Elche» por DyA y la concejalía de Bienestar Social. «No teníamos ni cómo venir, así que un coche de la Policía Local nos trajo hasta Elche, y desde entonces no puedo estar más agradecida. Se han portado todos de maravilla, desde los trabajadores de DyA hasta el concejal, que habló con nosotros desde el primer día y nos transmitió tranquilidad». Su mayor precupación era «qué iba a ser de nosotros cuando se levantara el estado de alarma, porque volveríamos a encontrarnos en la calle y sinningún recurso, pero desde hace una semana nos dieron una vivienda, que compartimos con otras dos personas que estaban en el albergue y con las que hemos formado, al final, una gran familia. Uno se gana la vida recogiendo chatarra y vendiéndola, y otro en obras que le van saliendo, y esto es un empujón, porque hemos pasado todos de estar en la calle a tener al menos un techo donde dormir», relata Maura.

La suya es una de las seis viviendas que ciudadanos de Elche han puesto a disposición del Ayuntamiento para realojar a personas procedentes del albergue, todas sin techo. «Nuestra prioridad ahora es conseguir un trabajo. Mi marido es tatuador y yo trabajaba en República Dominicada en un supermercado, en negro. El problema es que al no tener todavía la tarjeta de residencia no podemos obtener trabajo, por lo que ese es nuestro siguiente paso. Nos han dado el piso y no tenemos que pagar nada, ni luz ni agua. Pero eso no es lo que queremos. No queremos que nos paguen todo y acostarnos en el sofá a descansar, queremos trabajar», recalca Maura.

Familia

Esa pretensión por buscar un trabajo va mucho más allá de lograr seguir saliendo adelante por sus propios medios. Maura y su Marido no pierden de vista su último objetivo: traer a España al resto de su familia. «Mis hijos tienen 17 y 14 años, y allí en República Dominicana están estudiando tres grados menos de los que deberían porque la enseñanza no es igual que en Venezuela. Queremos conseguir una casa y dinero para traerlos aquí y poder volver a empezar», relata.

Así, esta oportunidad se ha convertido en una bas sólida para empezar a escalar hacia ese objetivo. «No puedo estar más agradecida a Antonio Tarí -coordinador de DyA, a Juan Carlos, su trabajador social, y al Ayuntamiento de Elche por esta oportunidad», concluye.

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