El alcalde de Casterbridge, cuyo título original y completo era The Life and Death of the Mayor of Casterbridge: A Story of a Man of Character (Vida y muerte del alcalde de Casterbridge: historia de un hombre de carácter), es una novela, escrita por el inglés Thomas Hardy, publicada por primera vez en 1866, como un relato por entregas en el periódico The Graphic y más tarde en formato de libro. Aunque transcurre en una ciudad imaginaria, las alusiones a detalles históricos y geográficos hacen pensar que Hardy la ubica en el Dorchester de mediados del siglo XIX.

Esta novela es lo que los críticos literarios llaman un Bildungsroman, término alemán que se refiere al género literario que se centra en describir la evolución moral y psicológica del protagonista. La traducción más o menos literal de este término vendría a ser algo así como novela de aprendizaje o, más bien, de formación. A lo largo de la historia de la literatura, además de la que hoy nos ocupa, han sido múltiples las novelas, de diferentes épocas, autores y nacionalidades, clasificadas bajo este epígrafe; entre ellas podríamos citar La montaña mágica de Thomas Mann, El retrato del artista adolescente de James Joyce, La educación sentimental de Gustave Flaubert, Grandes esperanzas de Charles Dickens, Bajo las ruedas, de Herman Hesse o El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.

En el caso de El alcalde de Casterbridge, el relato se centra en el auge y el declive de su protagonista, Michael Henchard, quien, partiendo de la más absoluta de las miserias, tras abandonar a su mujer y a su hija en una aciaga noche de borrachera, consigue granjearse una vida próspera, el respeto de sus conciudadanos, y la reunificación de su familia. Aunque su mala cabeza, su carácter vengativo y cierta mala suerte le haga perderlo todo después, para acabar muriendo olvidado no sólo de su familia, sino de todos aquéllos a los que un día dirigió como empresario y como alcalde.

Precisamente el carácter, al que aludía en el párrafo anterior, es uno de los temas centrales de la novela, cuyo título incluye la expresión "historia de un hombre de carácter". Cuando empleamos esa fórmula para describir a una persona, nos viene a la cabeza que ese carácter debe estar forjado sobre valores tales como el honor y la integridad moral, pero no es éste el caso. En realidad, Thomas Hardy no está pensando en esos aspectos de la psique cuando crea el personaje de Michael Henchard, sino que habla del protagonista como hombre de carácter en el sentido de ser alguien con una enorme capacidad de sufrimiento y con la determinación necesaria para soportar el dolor y la adversidad.

Acarrear sobre sus espaldas la pesada carga de sus propios errores, afrontar la sombra de un destino poco halagüeño y sentir que una suerte de siniestro demiurgo le guía hacia el desastre, despierta en Henchard la sensación de que no se puede hacer nada más correcto y honorable que adoptar una postura de resistencia desafiante que, en última instancia, desemboca en un trágico final en el que muere solo, en una humilde cabaña en el bosque. No habrá un monumento en Casterbridge en memoria de su alcalde, nadie ensalzará sus logros ni sus desvelos. De hecho, su última voluntad es que nadie le llore, que nadie, ni siquiera, le recuerde.

Lo cierto es que, aunque la correlación con la novela de la que hemos hablado sea un poco forzada, para ser alcalde de una población, ya sea Dorchester, o cualquier otra, hay que tener un cierto carácter. En unos casos, como el Alcalde de Casterbridge, para ser capaz de aguantar con resignación las desgracias que la diosa fortuna nos depara, en otros para tener el empuje y el liderazgo necesario para acometer los proyectos que las poblaciones necesitan para progresar y sentar las bases de la creación de riqueza y bienestar. De los primeros, como de Michael Henchard, nadie se acuerda; los segundos son recordados por siempre, como lo son en Bilbao y en Barcelona Iñaki Azkuna y Pasqual Maragall (víd. Esperando a Godot del 31 de marzo de 2017).

Nuestro alcalde, Carlos González, también tiene su carácter, como todo el mundo. Yo, a pesar de no compartir su ideología, siempre he defendido que es una persona amable, agradable en el trato y extremadamente educada y atenta. No obstante, en los mentideros de las zonas aledañas a la Plaça de Baix se comenta que nuestro primer edil tiene dos grandes preocupaciones sobre las que le cuesta tomar una decisión. La primera es que, al parecer, se ha convencido ya de que el AVE de Matola no supone ningún beneficio para Elche sino que, como muchos llevamos años advirtiendo, puede suponer que la línea férrea que atraviesa la ciudad quede en desuso y sea finalmente desmantelada. Pero no puede reconocerlo públicamente porque sería ir contra lo que su partido pregona y ya saben ustedes que eso, en política, es un anatema.

La segunda se refiere al Mercado Central. Esos mismos comentaristas apócrifos aseguran que el primer edil tiene una hoja Din A3, que ha colocado apaisada, en la que todos los días, provisto de lápiz y goma de borrar, escribe en dos columnas los pros y los contras de rescindir el contrato con APARCISA para la construcción del nuevo edificio. Y todos los días rompe el papel al caer la noche y sufre pensando en la indemnización que la mercantil va a pedir por lucro cesante, mientras los responsables de esa empresa sueñan con los millones de euros, muchos más de los que el Ayuntamiento reconoce, que van a cobrar por vía judicial sin necesidad de embarcarse en un proyecto que, dadas las actuales circunstancias, no resulta tan atractivo como hace años.

El corolario de toda esta historia es que siempre sale ganando el que no hace nada. El PSOE conseguirá ganar las próximas elecciones municipales por mayoría absoluta y la concesionaria del mercado se embolsará una cifra millonaria.