«Mejor que de nuestro juicio, debemosfiarnos del cálculo algebraico».

Leonhard Euler (1707-1783),

matemático y físico suizo.

Completamos la cuesta abajo y entramos a toda pastilla en la Nueva Normalidad con recomendaciones sobre las mascarillas y la distancia social pero sin pautas sobre todo lo demás. Tan acostumbrados estábamos a que nuestra existencia en estas 14 semanas estuviera marcada por las normas conductuales del ministro Illa y el doctor Simón que ahora no sabremos a qué atenernos. ¿Salimos o no salimos? ¿Viajamos a Asturias o a Arenales? ¿O a ningún sitio todavía? ¿Podemos pedir ya una tapa con la caña en la barra? (por cierto: ya me he tomado una de ambas en una terraza, y de momento bien). Por no hablar de otras dudas consuetudinarias que aumentan nuestra zozobra: ¿Cómo llenaremos el hueco de las soflamas semanales de Pedro Sánchez? ¿Habrá posibilidad de que repongan sus momentos estelares este verano en «Cine de Barrio»? ¿Se cortará la coleta Pablo Iglesias, tras sacar adelante el IMV o se hará un moño hipster? ¿Se afeitará la barba Pablo Casado ahora que llegan el calor y la Nueva Normalidad, o quizás se la refinará estilo cola de pato, como Abascal? ¿Se la dejará crecer más Pablo Ruz? Y Carlos González, ¿qué hará al respecto con la suya? Seguiremos atentos al asunto de los pelajes políticos.

El asunto es que tras demostrar al mundo y a nosotros mismos que somos personas resilientes (menos dos o tres), capaces de ser agua, como nos aconsejaba Bruce Lee, e incluso viento (de baja intensidad, eso sí), según recomendaba Pitágoras, podemos convenir que durante el estado de alarma hemos hecho muchas cosas insólitas y descubierto aptitudes inimaginables. Por ejemplo, acopiar papel higiénico como para una pandemia de E. coli, o acaparar harina y levadura (los más exquisitos, también masa madre) con el vano y fútil propósito de convertirnos en expertos/as panaderos/as con un par de vídeos de YouTube. Conductas, estas y otras no menos estrambóticas, que constituyen un corpus antropológico que queda como materia para investigadores del Instituto de Neurociencias de la UMH y del CSIC (después de que tengan la vacuna, eso sí: tampoco hay prisa).

Y qué decir de ese asombroso hallazgo de que el balcón (donde lo haya, claro) no sirve solo para colocar el aparato de aire acondicionado y el tendedero. También para aplaudir a sanitarios y demás personal de los servicios esenciales durante el confinamiento. Incluso para salir a aporrear cacerolas y sartenes en casos de ansiedad extrema. Sin embargo, pese a esos grandes momentos de espontánea solidaridad y espíritu positivo frente a la adversidad, no serán pocos los que, avanzada la Nueva Normalidad, abjurarán de sus cantos a pleno pulmón del «Resistiré» y hasta de los efusivos saludos a unos vecinos que pronto volverán a la misma condición de extrañamiento anterior.

El modesto y olvidado balcón ha pasado a adquirir un inopinado protagonismo en nuestras vidas durante el estado de alarma, como el papel higiénico o la harina de trigo. Las calles se vaciaban pero los balcones se llenaban de gente, una bella metáfora de lo que sea. Si salir a aplaudir y a cantar (o intentarlo) ya han supuesto novedades extremas en nuestra existencia, nada comparable con celebrar las procesiones del Domingo de Ramos y de las Aleluyas en esos mismos balcones (en algún caso de familia numerosa la comitiva se vio obligada a procesionar también por el salón), con sus correspondientes aditamentos de palmas y estampitas de elaboración casera. Y el «Gloria Patri» del Misteri sonando cada día, además con vídeo colectivo de los cantores desde sus casas, en una premonición de la Festa virtual (por imaginaria) de este agosto. Qué bonito mientras duró.

Pero todo eso fue antes, ahora es la Nueva Normalidad. Y esta realidad sobrevenida requiere nuevas actitudes y conductas. El alcalde ya lo ha advertido, por si había algún despistado: hay que adaptarse, cueste lo que cueste, al nuevo estado de cosas y tomar impulso cuanto antes, pero siempre con la mascarilla puesta y guardando las distancias. Incluso con la oposición, que aunque hasta ahora se ha mostrado colaborativa en pos del objetivo común de la reactivación económica y la emergencia social, sigue quejándose de que con la excusa del distanciamiento social, Carlos González no se acerca a ellos y ellas con la frecuencia y el afán coadyuvador que requieren los nuevos tiempos post-covid. Denuncia Ruz que la gestión del gobierno está infectada por el virus de la prepotencia y la opacidad (Povid-20 vendría a ser, si lo llega a admitir la OMS), por lo que reclama una desinfección general de las dependencias de la Alcaldía y del equipo de gobierno con ozono y agua oxigenada diluida con hipoclorito sódico y zotal. A ver si así baja la carga viral y pueden inyectar alguna de sus propuestas, sobre todo para las pedanías.

Pero el alcalde está en otras cosas. Tiene un plan de reconstrucción y ahora que ha tomado el timón y fijado el rumbo, va adelante a todo trapo, para que la reactivación se note ya a partir de mañana mismo. Una vez que todo el mundo tiene sus ayudas correspondientes aprobadas, en gestión o tramitación (salvo fallos informáticos y/o falta de funcionarios, que todo es posible, aunque improbable, sobre todo en este último caso), González va ya a velocidad de crucero fluvial por el Vinalopó para materializar las prioridades de la Nueva Normalidad, de todos ya de sobra conocidas (ver anteriores entradas de este diario y/o alocuciones del alcalde de las últimas semanas, meses y años).

Los integrantes del equipo de gobierno han estado teletrabajando desde sus casas sin respiro para hacer posible todo eso y más, porque la nueva realidad exige nuevos retos. Ahí está, sin ir más lejos, la edil Esther Díez preparándonos más carriles bici y corredores verdes por doquier para que nuestra movilidad post-alarma sea socialmente distante y más sostenible todavía, si cabe. O Marga Antón luchando desaforadamente por recuperar alguna actividad cultural, tras el hachazo presupuestario que ha sufrido. Hasta le han confiscado (provisionalmente, según le dicen) la sala de exposiciones de la Lonja Medieval, en los bajos del Ayuntamiento, para usarla como oficina para las ayudas sociales, retrotrayéndola así al uso que tuvo décadas atrás, cuando albergó el negociado de Rentas y otros arbitrios. Atenta, Marga, que se la quedan...

Por no hablar de los concejales de Seguridad Vírica, Ramón Abad, y de Turismo Seguro y Saludable, Carles Molina, que no han salido de casa en dos semanas para tener a punto el plan de contingencia para las playas, con sus áreas delimitadas, sus pasillos de acceso, sus controles de aforo, su estancia y aparcamiento limitados, sus seis metros libres en primera línea, su apertura a las 9 de la mañana, sus distancias sociales; sus prohibiciones de colchonetas, pelotas, cubos y rastrillos; sus controladores, sus socorristas y su policía acuático-terrestre... Esto sí que va a ser un experimento sociológico de los que hacen época. El confinamiento domiciliario del estado de alarma va a quedar en una anécdota comparado con la que se va a armar en la playa. O no. Quizás durante la reclusión no habremos adquirido inmunidad frente al virus pero sí disciplina cívica y responsabilidad ciudadana, respetaremos las normas... Y yo voy y me lo creo, como diría Shrek.

En cualquier caso, y por lo que pueda pasar, voy a coger sitio en mi cuadrícula playera correspondiente para observar detenidamente (si no me detecta el dron policial) este fenómeno conductivo. Ya me he aprovisionado para tal operación de una máscara de buceo tipo snorkel, de esas que cubren toda la cara, para cumplir con los preceptivos requerimientos higiénico-sanitarios y aprovechar, de paso, para darme unos chapuzones (siempre que la pleamar lo permita). Tengo también unas aletas, para guardar mejor las distancia social. Feliz verano, pese a todo.