«Nada me hiere donde yo habito».

Verso de Concha Espina (1869-1955),

escritora y periodista cántabra.

Todavía no me he acercado a la playa. Igual cuando lean esto ya lo he hecho, e incluso me he bañado, pero de momento aún no. En estos primeros días de la segunda fase el riesgo de contagio viral probablemente sea mínimo, pero no es descartable acabar engullido por el rastrillo de la máquina limpiadora que deambula entre los playeros primerizos. Hay que desescalar con paciencia también en el litoral. Desde el PP y Ciudadanos han advertido que si hay que abrir las playas ilicitanas se abren, pero abrirlas «pa na», sin socorristas (ya hay algunos, aunque también en fase 2) ni lavapiés ni pasarelas en condiciones, pues no. Y encima, sin manual de instrucciones.

Tenemos que esperar el plan de contingencia de las autoridades para saber a qué atenernos y confeccionar el correspondiente cuadro sinóptico antes de pisar la arena. Debemos conocer datos como: dimensiones reglamentarias de toallas y sombrillas, superficie máxima a ocupar por persona y familia, distancias entre los palos de los parasoles y entre las hamacas, horarios de mareas y fases de la luna para calcular el posicionamiento respecto a las olas batientes, turnos y franjas horarias asignadas para tomar el sol, bañarse y/o pasear, o si vamos a acceder con semáforo o con máquina de turnos como en el súper... Además, los investigadores del CSIC deben aclarar todavía si el bronceador repele el covid-19 o, por el contrario, si el virus se queda atrapado en el mejunje y, tal vez, pueda multiplicarse por la combinación de la radiación de fondo de microondas cósmicas y la sal marina. En fin, muchas incógnitas en el aire que todavía debe esclarecernos el doctor Simón.

Confieso que tampoco me he sentado aún en una terraza a tomar una caña (o similar). Ya lo sé, soy consciente de que no estoy siendo un ciudadano cooperativo, de esos que se han lanzado como posesos a ocupar mesas y sillas con el encomiable propósito de contribuir solidariamente a levantar el sector ilicitano de la hostelería y reactivar la economía del país en general. No sé si lo mío será el síndrome de la cabaña, estrés postraumático o simple repelús, pero es lo que hay.

Dicen los especialistas en la psique humana que mucha gente, a falta de otra cosa en que entretenerse durante el confinamiento, ha desarrollado un trastorno de ansiedad social (TAS), y que no les será fácil librarse del trauma sin ayuda profesional. De acuerdo, pero viendo el bullicio en las mesas me asaltan las dudas sobre si en realidad la ayuda profesional idónea para superar tal estado de zozobra mental no será la del camarero que, sonriente (se supone) bajo la mascarilla, nos prescribe como medicación ese reconstituyente brebaje fresquito a base de malta, lúpulo y levadura. A los usuarios de las terrazas que han florecido en las calles y plazas de Elche en esta tardía primavera parece sentarles bien esa fórmula magistral. A ver si me decido. O tal vez espere a la fase 3.

La cuestión es que llegamos a Pentecostés y se ha obrado el prodigio (no sé si por intercesión del Espíritu Santo o por simple designio del ministro Illa) del trasvase a la segunda fase casi sin apenas notarlo. Poco a poco vamos atisbando la luz led al final del túnel del ferrocarril que alumbra la Nueva Normalidad. Y ese renovado estado de cosas va a ser muy diferente al que existía hasta el 14 de marzo. Carlos González ya ha proclamado que no solo vamos a entrar en una Nueva Realidad, sino que incluso estamos ante un nuevo paradigma taxinómico, definido por una cosmovisión que integra la reactivación económica y la emergencia social. Como consecuencia de ello, hay que replantearlo todo y buscar nuevos hitos en la gestión municipal del bipartito, que dé respuesta grácil y decidida a tales retos.

Imbuido de ese espíritu renovado con un toque de filosofía zen, el alcalde anuncia que las prioridades del equipo municipal para esta nueva era marcada por el equinoccio de Aries serán, a saber: rescindir el contrato del mercado central, peatonalizar la Corredora, ampliar el Parque Empresarial, la llegada del AVE, el palacio de congresos consensuado en Carrús, el hotel de Arenales, el segundo tramo de la Ronda Sur, el centro de diseño y moda del calzado y afines habilitantes, el nuevo PGOU, la renovación de San Antón, el plan de reactivación comercial, las inversiones de los fondos Edusi y el plan Edificant, el campus tecnológico, la capital verde europea 2030... Son muchos proyectos nuevos, como ven, producto de multitud de videoconferencias y telerreuniones en las que el bipartito y su equipo de asesores no han escatimado ni tiempo ni recursos para pergeñar una amplia batería de actuaciones que definan el Elche de la Nueva Normalidad y Más Allá, y deje atrás proyectos de otros tiempos que ya no tienen sentido en la realidad post-covid.

«Disculpe, pero todo esto, ¿no es lo que ya venían prometiendo desde la anterior legislatura?», inquirirá alguna perspicaz lectora o algún conspicuo lector (o ambos a la vez). Ya, pero sin embargo es lo mismo y no es lo mismo. Ahora se trata de la Nueva Normalidad, en la que nada volverá a ser como antes, y en consecuencia, lo que no es como antes es que es nuevo y solo existe en este preciso momento y en ningún otro. Sabemos por Heráclito que no podemos cruzar dos veces el mismo Vinalopó, porque aunque sea aparentemente el mismo río, ni nosotros ni el agua seremos los mismos de antes del covid-19. Esto es igual. ¿O es que no han seguido las comparecencias semanales de Pedro Sánchez? Pues ya está.

Sin embargo, pese a todo, es probable que algún grupo de la oposición piense en algún momento que mucho plan de reactivación y mucha camaradería municipal, pero lo que trata el alcalde es de llevárselos al huerto del Borreguet con el fin de confundirlos y sacar adelante actuaciones con las que no están de acuerdo. Por ejemplo, Pablo Ruz, que es más aristotélico que heraclitiano, no se deja convencer con lo del río y sostiene que lo que practica el bipartito es oscurantismo a tutiplén, y está empeñado en acabar con las fuerzas del ocultismo. Ya ha logrado (con una ayudita judicial, eso sí) sacar a la luz el recóndito informe jurídico de Cuatrecasas sobre el mercado. Operarios de la brigada municipal de obras tuvieron que descender a más de 15 metros y buscarlo al final del refugio 3B, donde González lo había guardado en un cofre de siete llaves para evitar filtraciones (de humedad y de estrategia legal).

Tampoco piensa el líder popular comulgar con ruedas del Molí del Real en el asunto de la Corredora. Una entelequia (en su acepción filosófica: «Cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio») de la Nueva Normalidad que el PP rechaza si antes de peatonalizar no hay nuevo mercado. González difiere en el orden de los factores: cuando se peatonalice la céntrica vía, se hará el nuevo mercado y el comercio del centro volverá a florecer como el agret en invierno. Dado que no se ponen de acuerdo en si va antes el huevo (peatonalización) o la gallina (mercado) o viceversa, el concejal sin grupo, Eduardo García-Ontiveros, desde la sensatez que le caracteriza, ha sugerido plantearle la disyuntiva a la máxima autoridad autonómica en materia aviar, la consellera de Agricultura, Ramadería i Pollastres, Mireia Mollà. Y que emita un informe (secreto, a ser posible).

Ya me está apeteciendo una cervecita...