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Los últimos días de Elena

Una alicantina relata la muerte de su madre con Covid-19, en el Hospital General de Alicante, después de caerse de una cama en el geriátrico, cuando ya tenía fiebre y llevaba mascarilla

Elena Cid, en una fotografía para ilustrar su relato Pilar Cortés

Las cenizas de Elena Pizarro, de 95 años de edad, esperan su momento. Su hija, Elena Cid, ya sabe qué hará con ellas y, mientras llega ese momento, no deja de rememorar en su cabeza lo que ocurrió la última semana de la vida de su progenitora, a final de marzo. «No me importa contarlo, todo lo contrario, hay mucha gente que ha pasado lo que yo y piensa que las cosas no se hicieron bien», recuerda.

Sus angustias, sus miedos, la incomprensión que encontró al otro lado de muchos teléfonos a los que acudió sin éxito buscando, al menos, una palabra amable, alguien que la escuchara o le diera una solución. La frase: «Van a morir como chinches», que no se ha ido de su cabeza, asegura, se la dijo una y mil veces como advertencia a todo aquel que le cogía el teléfono en el «112» para simplificar lo que estaba viendo tanto ella como familiares de otros ingresados en clínicas geriátricas. Nunca encontró respuesta, nadie parece que la oyera. «Yo quería que todos entendieran que quería rescatar a mi madre de esa situación porque, de no hacerlo, no saldría de esta, de ello estaba completamente segura».

Su madre acabó en esa residencia, con un excelente jardín y unas buenas instalaciones, «donde me decía que comía muy bien» y cerca de su casa, a comienzos de año. Después de luchar por una plaza subvencionada había acabado primero en otra residencia, en Elda, pese a ser de Alicante. Elena Cid comenzó a moverse y recurrió en queja al Defensor del Pueblo. Gracias a ello, asegura, consiguió que la trasladaran a DomusVid, en el barrio de Babel. «Mi madre era una persona completamente lúcida, que quería vivir sola, pero era imposible con 95 años. Tuvo un accidente en casa y se rompió algun hueso y no podía seguir así. Ante ello lo mejor era que estuviera atendida las 24 horas del día».

Cuando la palabra coronavirus apenas se había instalado en nuestras vidas, Elena recuerda aquel día, sobre mediados de marzo, en el que acudió a ver a su madre y le dijeron que ya no se permitía el acceso para evitar contagios. «Me llamó la atención ver en la puerta un hombre con mascarilla, es lo que más recuerdo. A partir del día siguiente todo cambió».

La angustia se apoderó de esta alicantina durante los días siguientes porque ha sido en los geriátricos donde se ha concentrado, desgraciadamente, una parte muy importante de los fallecidos en esta crisis sanitaria y su madre estaba en uno de ellos. Cerraron las puertas a las visitas para evitar la entrada o salida de personas con o sin síntomas por decisión de Sanidad. Las familias, no sólo la de Elena, han asegurado que durante aquellos días apenas fueron atendidos sobre el estado de sus mayores. «Nos advirtieron que ellos nos llamarían con cualquier novedad. Que teníamos que entender que estaban saturados y les era imposible mantener las líneas de atención telefónicas, porque todo se colapsaba, pero yo, como todos, queríamos hablar y escucharlos,... sobre todo después de que te digan que tenía fiebre y que llevaba una mascarilla para ayudarle a respirar». Eso ocurrió el día de San José.

Fiebre

Elena recuerda al día siguiente, aquel 20 de marzo, cuando pudo hablar con su madre. «No recuerdo cuánto tiempo fue. Me dijo que la mascarilla la llevaba a veces y que no sabía si tenía fiebre. Aquello me desconcertó porque me habían dicho otra cosa. Mi madre de cabeza estaba muy bien, pero me quedé preocupada». Se despidieron por teléfono, se dieron besos, recuerdos y quedaron en su pensamiento para volver a verse cuanto antes, para estrecharse en un abrazo. Ninguna de ellas sabía que aquella había sido su despedida.

Elena recuerda un par de días después cuando el teléfono sonó a las dos de la madrugada. «Me llamaron de DomusVid y me dijeron que había tenido un accidente en la habitación, que se había caído de la cama, se había hecho una brecha en la cabeza y que se la llevaban al Hospital en una ambulancia». Con la imposibilidad de acercarse a un centro sanitario que estaba blindado por el coronavirus no le quedó otra que esperar en casa. Fue una larga noche. Al día siguiente consiguió contactar con la médica que estaba al cuidado de su madre. A través de ella supo que el accidente no era lo más importante de lo que tenían que cuidarla. El problema es que se le habían realizado las pruebas y su madre había dado positivo en la covid-19. Se quedaría ingresada para ver su evolución.

Durante los siguientes días, Elena encontró en esa profesional una voz amiga. «Le estoy muy agradecida porque me informaba con muchos datos sobre su estado, pero fue lentamente apagándose. Un día me llamó y me dijo que qué quería que hicieramos por ella. Estaba insconsciente y no iba a despertar. Yo no quería que mi madre sufriera más y decidí que había llegado su momento». Fue el 27 de marzo. Siete días después de conseguir hablar con ella la última vez.

Elena no llegó al hospital. Su hijo realizó los trámites tras la defunción y recuerda que la aseguradora con la que tenían contratado los servicios fúnebres, Ocaso, se ha encargado a la perfección de todos los trámites. Nunca la veló, nunca se despidieron, pero siempre la recordará.

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