Resulta curioso que en los más de tres años que lleva publicándose de forma semanal esta sección, con tan solo algunos intermedios propiciados por las vacaciones o por causas de fuerza mayor, tratándose como es el caso de una tribuna más literaria que de actualidad, aunque sin renunciar a tratar ésta última, haya sido una única la ocasión en la que he aprovechado para abordar una novela de uno de mis autores favoritos: Mario Vargas Llosa.

De hecho, hace casi exactamente tres años (víd. Esperando a Godot, 26 de mayo de 2017), comentamos algunos aspectos de Conversación en la Catedral, escrita por el arequipeño en 1969. En aquel artículo, además de relatar de forma sucinta el argumento de esa novela, inconmensurable como todas las de Vargas Llosa, hacía una reflexión sobre cómo una persona tan inteligente y que sabe trasmitir sus ideas de una forma tan nítida como él, pudiera haber sido derrotado en las elecciones presidenciales del Perú por un sujeto tan siniestro como Alberto Fujimori, que a la postre sería condenado por delitos de lesa humanidad y corrupción. La conclusión era, y sigue siendo, que mientras uno explicaba muy bien las verdades que nadie quería oír, el otro contaba las mentiras que todos anhelaban.

Sea como fuere, la primera semana de marzo compré la última novela del Premio Nobel, publicada en octubre de 2019 y que lleva un título que, aunque nada tiene que ver con el asunto, parece premonitorio de la época que vivimos: Tiempos recios. Lo cierto es que Vargas Llosa, como todos los grandes autores que escriben en español, ha leído a nuestros clásicos por lo que, en realidad, como el propio autor deja patente en una cita que incluye antes de comenzar su obra, ese título proviene de una máxima acuñada por Santa Teresa de Jesús: "Eran tiempos recios", que aparece en la primera obra de la Santa, Libro de la vida.

En cualquier caso, los "tiempos recios" que nos relata Vargas Llosa en esta ocasión no son los actuales, sino los que acaecieron en la Guatemala de los años cincuenta del siglo pasado, cuando toda Centroamérica en general, y Guatemala en particular, estaban dominadas por la United Fruit Company, "La Frutera", como era conocida, con el apoyo de los sucesivos gobiernos de los EE. UU., que no dudaron incluso en promover golpes de estado para proteger sus intereses.

Precisamente, Tiempos recios, con un estilo y fuerza narrativa que en ocasiones nos recuerdan a la muy célebre novela de Vargas Llosa La fiesta del Chivo, nos narra la historia del presidente de Guatemala, Jacobo Arranz, y el golpe de estado promovido contra él por el coronel Castillo Armas, alias el señor Caca, y que acabó con un período democrático que pretendía convertir a Guatemala en una democracia liberal, con el pretexto, infundado y promovido por la CIA, de que el país se había arrojado en los brazos del comunismo y de la Unión Soviética.

España, en estos momentos, tiene que pasar también por su propio período de "tiempos recios". No se trata, por mucho que los políticos utilicen un lenguaje bélico (lucha contra el virus, alarma, reconstrucción€) de algo similar a lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial en Europa. Entonces, se daba la circunstancia de que existían unos políticos con la capacidad suficiente para liderar a sus países, una conciencia de que había que trabajar unidos por una meta común, un aliado poderoso dispuesto a ayudar de una forma en apariencia desinteresada, aunque no lo fuera totalmente, mediante el Plan Marshall, y el miedo a que el avance de la Unión Soviética supusiera simplemente el cambio de un totalitarismo genocida por otro muy similar o peor.

El reto al que nos enfrentamos, aunque de menor calado en términos humanos y económicos, supone tener que cambiar todo el paradigma de nuestras relaciones sociales y económicas, y vivir, en tanto no se encuentre una vacuna, un remedio efectivo o, en el mejor de los escenarios, ambas cosas contra el coronavirus, con la constante zozobra de vernos inmersos en otro escenario similar dentro de pocos meses, que añadiría al desastre en coste de vidas y de desplome de la actividad productiva, el mazazo anímico que supondría para toda la sociedad.

Los españoles hemos demostrado disciplina y solidaridad. Nuestros políticos, salvo honrosas excepciones, todo lo contrario, comenzando por los lamentables espectáculos que hemos tenido que contemplar en el Congreso de los Diputados y la falta de transparencia de que han hecho gala todas las administraciones, desde el Gobierno de España hasta el Ayuntamiento de Elche. Espero que el famoso lema de #EsteVirusLoparamosUnidos, no se quede en la mera propaganda, aunque me temo lo peor.