«Resistiré, para seguir viviendo,soportaré los golpes y jamás me rendiré».

Canción del Dúo Dinámico de 1988.

Día 1. Cuando me desperté esta mañana, después de un sueño intranquilo, me encontré sobre mi cama convertido en un monstruoso insecto. Trabajosamente me incorporé, pero al contemplar mi imagen reflejada en el espejo del viejo y desvencijado armario ropero, mi pánico aumentó: no tenía el aspecto de un coleóptero, sino de un coronavirus. Un sudor febril empezó a resbalarme por mi envoltura lipídica y mis innumerables filamentos glicoproteícos cuando de repente me despierto (realmente), sobresaltado e incómodo, encima de la cómoda. Todo ha sido una pesadilla. Mal empieza el confinamiento.

Miro las redes sociales y me tranquilizo al ver que Pablo Ruz también se queda en casa, leyendo sonetos de García Lorca. «Esta luz, este fuego que devora./ Este paisaje gris que me rodea./ Este dolor por una sola idea./ Esta angustia de cielo, mundo y hora». Animosos no es que sean mucho (¿qué tal «Poeta en Nueva York»?), pero el líder popular ilicitano seguro que les extrae el lado positivo. ¿Tendré suficiente papel higiénico o necesitaré algunas remesas más? El alcalde, Carlos González, tras anunciar que se suspende casi todo, remata la faena rematando también, con la aquiescencia episcopal, la Semana Santa, aunque no dice nada del lunes de mona. Aún hay esperanza. Salgo al balcón y aplaudo al personal sanitario.

Día 2. Cuando me desperté esta mañana, el dinosaurio seguía allí. Algún crío lo habrá dejado olvidado. #QuédateEnCasa se hace viral. Menuda paradoja. Mensaje institucional del alcalde, que alaba el comportamiento ejemplar de la ciudadanía y la dedicación de los profesionales implicados en la guerra contra el bicho. Salgo a la calle con el salvoconducto que me proporciona mi perro y siento una sensación extraña fuera del encierro doméstico. Alguien me mira desde la otra acera. «¡Eh, que ha dicho el presidente que puedo salir con mi mascota!», le respondo mentalmente con una mirada retadora. Intento mantenerla, en plan «¿y tú, que no tienes pinta de ir de compras, ni a la farmacia, por qué no estás en casa?», pero ya ha doblado la esquina. Compro más papel higiénico. González no recomienda ninguna lectura. Dudo entre varias opciones de literatura contextual: «La peste» de Camus, el «Decamerón» de Bocaccio, «El último hombre» de Mary Shelley, «La peste escarlata» de London, o quizás «El amor en tiempos del cólera» de García Márquez. Como no me decido, sigo inmerso en la «Metafísica de las costumbres» de Immanuel Kant. En alemán, que es más desinfectante.

Día 3. Anoche soñé que volvía a Manderley. Y no sé por qué, porque nunca he estado allí ni sé cómo se va. Es lo que tienen los sueños. Hay reunión de la junta local de seguridad, aunque no de todos y guardando las distancias, que son autoridades pero no inmunes. El alcalde asegura por videoconferencia que los tres hospitales de la ciudad están preparados para lo que venga, lo cual es un alivio, y, a renglón seguido, ordena el cierre de los cementerios municipales, excepto para nuevos enterramientos. Pero sin funerales, con los deudos justos y los pésames, a distancia o por whatsapp. Ni morirse en paz permite esta emergencia. Más gente que ayer por la calle. Es día laborable, si existe algo así en estas circunstancias. Primeras multas por comportamiento incívico e indolente. Los hay que todavía no entienden en toda su extensión el sintagma «Quédate en casa».

La sanción debería llevar aparejada apuntarse a clases de gramática online. Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. Más aplausos en el balcón por los sanitarios y demás personal entregado a la causa, y «Aromas Ilicitanos», por los ciudadanos enclaustrados. Me dispongo a ver de una tacada todas las temporadas de «La casa de papel». ¿He dicho celulosa? Voy a bajar a comprar.

Día 4. No recuerdo qué he soñado esta noche. Fuera sigue la monotonía de lluvia tras los cristales y la desolación en la calle. Practico las corcheas dobles, triples e incluso cuádruples en la guitarra. La UME ya está en la ciudad para desinfectarla a conciencia, al menos los «puntos estratégicos», que también tenemos de eso. Siguen las sanciones e incluso hay detenidos por saltarse la cuarentena. Hay muchos asintágmicos. El Gobierno central insiste en el confinamiento general, incluido el de la Dama, cuya petición de regreso a su ciudad natal recibe otra negativa por respuesta. Aquí y ahora no se mueve nadie ni nada, ni las piedras. Sale el sol pero poco, todo sigue gris.

Es el momento idóneo para acometer el prolijo libro-diario del subdelegado del gobierno valenciano en Elche, del exídem y expresidente popular Manuel Ortuño. Por lo que parece, la cuarentena va a dar para las 624 páginas (con ilustraciones) de tan magna aportación a la historiografía sociopolítica ilicitana. Los portavoces municipales, vía telemática, deciden suspender el pleno de este mes. Total, para lo que hay que ver (y oír), que dirán algunos.

Día 5. Desayuno siguiendo los desinteresados consejos online de un nutricionista desde su cocina; practico unos ejercicios solidarios de yoga que ofrece en la red una animosa voluntaria desde su encierro trascendente; me paso a una clase de tai-chi y luego a un coach de mindfulness. Más relajado y consciente de mi encierro interior tanto como del exterior, hago recorridos virtuales desde el sillón de mi casa por museos del mundo, viajes en trenes pintorescos, conciertos acústico-vocales desde casas particulares, recetas de cocina tailandesa, técnicas de punto de cruz y hasta me trago el ciclo completo (ojo: cuatro óperas) de «El anillo del nibelungo» wagneriano ofrecido graciosamente por la mismísima Ópera de Viena. Extenuado, salgo al balcón y aplaudo, ya no sé a quien, pero hay que seguir aplaudiendo: a las ocho, a las nueve, a las diez... Habrá que hacer una lista de colectivos ovacionados para saber qué aplaudimos en cada momento. Y si encima también hay caceroladas esto se puede complicar mucho y aumentar aún más el estrés de la población reclusa. No digo nada si se añaden los cantos regionales y/o populares. Por favor, una relación de actividades diarias balconiles, con sus horarios para cada cosa; y que no se junten aplausos y cacerolas a la misma hora, que envían mensajes contradictorios.

Día 6. Día del Padre (ausente, por fuerza mayor, para buena parte de la descendencia). Hasta el gorro quirúrgico de vídeos y mensajes por redes sociales de supuestos médicos, enfermeros, especialistas varios y cuñados de alguien que trabaja en La Paz, que nos explican por enésima vez lo de la curva hacia arriba o hacia abajo, por qué el bichito hace esto o lo otro, y que si mascarillas sí o no o depende. Aviso: ya lo sabemos (casi) todo. Menos los asintágmicos, claro. A ver si con tanto experto sobrevenido le van a aplicar un ERTE a Fernando Simón, con la serenidad de espíritu que transmite a la población en su parte diario, pese al inexorable aumento de la casuística. Llegan los boinas verdes del Ejército para controlar las estructuras críticas de la ciudad, que también tenemos de eso.

Día 7. Me despierto de nuevo sobresaltado y sudoroso. ¿Será por el libro de Ortuño? ¿O por Kant? Me asomo a la ventana, la calle sigue vacía, una señora pasa presurosa con su mascarilla y el carro de la compra. El cielo continúa gris. Nos piden que mantengamos la tensión. Creo que volveré a dormir. O tal vez soñar.