Una semana encerrado en su habitación y separado de su mujer y de su hija de dos años por tener tos, 38 grados de fiebre y dolor muscular. Al ilicitano J.G. S. las horas se le hacen eternas desde que el pasado viernes su médico le recomendara estar entre cuatro paredes sin tener ningún tipo de contacto con su familia, que hace vida en el resto de la casa.

Sus síntomas eran similares a los del Covid-19, pero nadie sabe si llegó a contraer el dichoso virus que ha obligado a confinar a toda España y parte de Europa o si, al final, se trata de una gripe común. Su caso es uno de tantos que están viviendo miles de españoles durante estos días porque las pruebas para confirmar el coronavirus se reservan solo para los casos graves o grupos de riesgo, aunque el Gobierno ya ha anunciado que se harán también a los casos leves.

Este paciente de 33 años acudió a su centro de salud, en el barrio de El Raval, con el miedo que se le ha metido en el cuerpo desde hace semanas a mucha gente. «¿Seré yo un infectado más? ¿Habré contagiado a mi familia?», se preguntó. Sin embargo, como no tenía ninguna enfermedad previa y su estado de salud no revestía de gravedad, su facultativo le mandó a casa. «Me dijeron que podía ser que tuviera coronavirus o que no, que no había test ni para ellos mismos, que tenía que aislarme yo y que mi familia tampoco podría salir de casa en unos días por si yo les había contagiado», explica al diario.

Así que con esa incertidumbre, tuvo que encerrarse en una habitación a esperar y ahí sigue seis días después. Paracetamol y confinamiento fue la receta. La fiebre ya le ha desaparecido, pero el lunes le llamó su médica y le pidió que siguiera quedándose aislado al menos hasta este viernes, aunque también le advirtió que las personas que no tienen síntomas pueden seguir infectadas durante dos semanas, por lo que podría tener que extender la cuarentena.

La falta de información y el no saber qué tiene o qué ocurrirá no es lo peor que lleva este ilicitano. Estar solo las 24 horas del día, encerrado en ocho metros cuadrados y, sobre todo, no haber estado con su hija en su segundo cumpleaños ha sido lo más complicado de digerir, relata. «Me tuve que conformar con videollamadas y con oírla soplar las velas con su madre desde el otro lado de la pared», señala.

En todo este tiempo, el contacto telefónico con los suyos, ver películas, leer y poner en orden viejos recuerdos almacenados han sido los únicos pasatiempos que ha tenido a su alcance para sobrellevar cada día. La ropa que utiliza la saca de la habitación en bolsas y la comida la recoge en su puerta. «No me ha quedado otra, seguir las recomendaciones médicas por prevención», asegura. Ahora que ya se encuentra bien, cuenta los días para salir al resto de la casa, reencontrarse con su familia y olvidar esta pesadilla por un virus que nunca sabrá si llegó a contraer.