En la sexta planta del Hospital General de Elche hay un colegio. Es uno más, pero a la vez no uno cualquiera. Aquí nunca saben cuántos alumnos van a tener cada jornada. Las dos docentes pueden tener escolares de entre 3 y 16 años en cualquier momento. Muchos o pocos nunca lo saben, como tampoco si tendrán que trasladarse a la habitación para ayudarles en sus deberes y tratar de evitar que no se queden atrás en las materias, o si los recibirán en el aula dotada con todo lo necesario no solo para la docencia, sino también para jugar aprendiendo. Flexibilidad y capacidad de improvisar son siempre las máximas aquí en una prestación que la gran mayoría desconoce.

Marisa Soriano y Belén Ramírez son las maestras de este centro público, uno más, insisten, de los más de cincuenta colegios e institutos con que cuenta Elche. En este caso, los recursos personales y materiales los asume la Conselleria de Educación, mientras que la Conselleria de Sanidad aporta el espacio y su mantenimiento.

Y este centro, que lleva más de 25 años en marcha y cuya regulación viene dada desde 2006, está ahora más respaldado que nunca, sobre todo a raíz del decreto de equidad e inclusión del sistema educativo valenciano del pasado año, que recoge que ningún menor debe quedar excluido aunque esté hospitalizado. Estas aulas hospitalarias o Unidades Pedagógicas Hospitalarias (UPH) se pueden encontrar en casi todos los hospitales de la Comunidad Valenciana que cuenten con servicio de Pediatría.

«Estamos aquí en comisión de servicios. Estas plazas no son definitivamente nuestras. Para poder ocuparlas se requiere además la especialidad de Pedagogía Terapéutica y formación en pedagogía hospitalaria», explica Marisa, quien también recuerda cómo hasta hace 8 años estas aulas no recibían dotación económica.

Este colegio en el hospital cuenta con un espacio principal y otros más reducidos, pensados para los lactantes, pero también dispone de la ciberaula creada por la Fundación Obra Social La Caixa, que toma vida por las tardes cuando voluntarios de Cruz Roja de Crevillent se encargan de los niños.

La asistencia a este «cole» no es obligatoria, aunque pueden venir en pijama y se les permite entrar y salir cuando lo necesiten. No hay horario fijo, no hay filas, no hay timbres, vienen con la vía tomada y a veces arrastran una bomba con su medicación. También a veces vienen con su propia cama.

«Cuando llegan nunca sabemos cuántos días van a estar», señalan ambas profesionales que, en horario de 8.30 a 14.30 horas, hacen todo lo que pueden y más: se encargan de la educación de menores pertenecientes a familias de distinta condición económica y social, y también de adolescentes en ese momento complejo en el que necesitan reafirmarse y decidir sobre su tiempo y su espacio. Por eso en ocasiones deciden quedarse en el espacio de su habitación y con su móvil todo el tiempo, reproduciendo el patrón que siguen fuera del hospital. En definitiva, muchas veces lo más difícil es motivarlos para que se animen a salir de la cama y venir hasta el aula. Una vez aquí, ya todo es más fácil.

Pero también trabajan con las familias, que la más de las veces están angustiadas con la enfermedad de su hijo. Los adultos normalmente permanecen fuera del aula para favorecer la autonomía y las relaciones entre los propios niños.

Es curioso comprobar que los niños no perciben la enfermedad como los adultos: «Si no les duele nada, y en el hospital el dolor está casi siempre controlado, enseguida quieren jugar y estar con otros niños. Los niños no advierten el peligro, no se preguntan por qué están aquí, no ponen nombre a su enfermedad, no tienen la preocupación o el miedo de los adultos», apuntan las maestras.

Este colegio, insisten, está muy bien dotado de medios materiales y recursos económicos. Todas las UPH tienen el mismo inspector de Educación, con lo cual se rigen por los mismos criterios, y se persigue que tengan una entidad y una identidad común, para lo que tienen reuniones periódicas. Después, cada una conserva sus particularidades.

En Elche no existe Oncología Pediátrica, por lo que muchos de los alumnos ingresados son de corta y media estancia: apendicitis, cirugías de traumatología u otorrino, debuts diabéticos, pruebas de intolerancias alimentarias,...

Marisa y Belén imparten su magisterio en los espacios habilitados en la sexta planta y en las habitaciones de los niños hospitalizados. Para la atención domiciliaria se asigna un maestro de la bolsa de Educación. «Un alumno que vaya a estar más de dos meses sin poder acudir al colegio tiene un maestro en casa», aclaran.

Cuando el menor va a estar hospitalizado durante más de seis o siete días el trabajo de estas dos maestras pasa también por ponerse en contacto con la escuela de origen para procurar seguir el mismo programa que el resto de los compañeros. Incluso pueden realizar los exámenes en el hospital si se da el caso.

«Aquí se prioriza su estado de salud. Los cuidados médicos son lo primero, pero después les invitamos a que, si no tienen molestias o no están aislados, vengan al aula, incluso con su cama», coinciden Belén y Marisa, quienes afirman que ser maestra de un hospital «no es una cuestión de valentía. Somos maestras iguales que otros, con la misma responsabilidad, el mismo entusiasmo, la misa sensibilidad y el mismo placer por trabajar con niños».

Para ambas, lo más importante no es que hagan sus deberes y sigan la lección, sino que su paso por el hospital sea, pese a todo, una experiencia de vida, una ocasión para hacer frente a la adversidad, una oportunidad de desarrollar la paciencia, la espera, la resiliencia.

Educación artística, porque le permite sacar muchas veces lo que sienten; animación a la lectura, porque es una buena excusa para habituarse a leer si no lo han hecho ya; y juegos educativos que favorecen la relación entre ellos son algunas de las acciones que tratan de poner en marcha para que los menores sigan formándose aunque permanezcan en este centro hospitalario.

Al cabo del año, entre 400 y 500 niños pasan por esta escuela del Hospital General de Elche. «No somos una ONG, no somos voluntarias. Somos un recurso público que se paga con el dinero de todos para hacer de la inclusión y de la igualdad de oportunidades un hecho», subrayan ambas profesionales, que siempre están con los brazos abiertos para recibir y ayudar a las familias durante su estancia, corta o larga, en este hospital.