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Amelia Tiganus: «Los prostíbulos son campos de concentración»

Relata su experiencia como víctima de la explotación sexual «entre alcohol, drogas y hombres no deseados»

Amelia Tiganus, ayer por la tarde antes de ofrecer su conferencia en el Centro de Congresos. MATÍAS SEGARRA

Durante su paso por Elche ha analizado la trata y explotación sexual de mujeres y niñas, ¿qué radiografía hace de este tema?

No me gusta diferenciar entre trata y prostitución. La trata es un medio, no un fin. No existe la prostitución buena ni feliz, es algo equivocado. Apostamos por la igualdad entre hombres y mujeres y no podemos aprobar que los hombres accedan al cuerpo de mujeres que proceden de América, África o el este de Europa para convertirlos en meros receptores de semen. Para los jóvenes la prostitución se ha convertido en una nueva forma de ocio y detrás de todo ello hay una industria del crimen.

Usted ha sido víctima de explotación sexual, ¿cuál es la historia de su vida?

Mi historia empieza bastante antes de la captación. Hasta los 13 años tenía una vida común y normal, como cualquier joven nacida en una familia de clase obrera. Era buena estudiante y soñaba con ser médica o profesora. Todo eso cambió a raíz de una violación múltiple que convirtió mi vida en un infierno. La sociedad me marginó y pasé a ser una mujer desechable. Las violaciones pasaron a ser sistemáticas y solo me quedaba elegir entre suicidarme y resignarme.

¿Qué pasó entonces?

En esa situación de indefensión entran en juego los proxenetas. Nos venden la salvación, viajar a España, resolver nuestra vida en un par de años... Lo que nos ocultan es que vamos a ser explotadas en los prostíbulos, que son auténticos campos de concentración entre alcohol, drogas y hombres no deseados que nos penetran por boca, vagina y ano. Así viví cinco años, en los que pasé por más de cuarenta prostíbulos, hasta que me colapsé física y mentalmente. Me dejaron marchar porque ya me habían sacado todo el jugo. Me retiré entre el silencio absoluto de la sociedad y las instituciones y ellos ya contaban con tres chicas nuevas de 18 años.

¿Ahora cuál es la labor que realiza como activista?

Coordiné la página web feminicidio.net y ahora formo parte del movimiento abolicionista del País Vasco y doy formación para sensibilizar sobre la violencia sexual, la pornografía y la prostitución. Reivindico la abolición de la prostitución porque entendemos que las mujeres necesitan derechos reales, ayuda económica, renta básica, acompañamiento psicosocial, terapia y trabajo genuino. Hay que prohibir el proxenetismo en todas sus formas, desincentivar la demanda de prostitución es clave para alcanzar la sociedad del buen trato.

¿Qué datos maneja?

Muchas veces se habla de la prostitución como algo aséptico cuando cuatro de cada diez hombres son puteros y el negocio mueve más de cinco millones de euros al día. La educación sexoafectiva debe ocupar un lugar central para los jóvenes. La pornografía mainstream es cada vez más violenta y humillante y nos aleja de la capacidad humana de tener relaciones desde el placer.

En la jornada celebrada en la UMH se ha hablado de la presencia de las mafias en los entornos universitarios y del acceso al porno a los 8 años...

La pornografía es reconocida por muchos investigadores y teóricos como el origen de la prostitución. Los jóvenes se educan a través de una representación que cosifica y degrada. Por otra parte, el lobby proxeneta busca mercado entre los universitarios y capta chicas estudiantes para que entren en la industria. La jugada maestra pasa por meter su discurso en las universidades porque estos jóvenes son los que van a tomar decisiones mañana. Vienen a por nuestras hijas para continuar enriqueciéndose.

«¿Cómo se fabrica una puta?» es una de sus charlas...

Las mujeres no nacemos putas, nos fabrican con la opresión y el sufrimiento. Hay tres ejes principales: patriarcado, capitalismo y racismo. Mujeres y niñas somos la materia prima de la industria y para ello hay que empobrecernos, tanto económicamente como con falta de oportunidades y referentes y abandono. A ello hay que sumar el machismo y la violencia psicológica que nos castiga por ser mujeres.

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