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Un problema social

Los Palmerales, la historia se repite

Uno de los barrios más jóvenes de la ciudad, con una media de 35 años y sólo un 18% de trabajadores, cumple cuatro décadas de inversiones millonarias sin más solución que los derribos para acabar con la droga

El acceso a viviendas, donde el Consell derribó los zaguanes el pasado invierno. matías segarra

«La venta de droga acaba generando un deterioro que se ha ido permitiendo», señala una vecina de Los Palmerales, que no se atreve a decir su nombre por el miedo a represalias, como la mayoría de sus residentes que admiten el problema en algunos edificios del barrio. La paradoja, según cuentan, es que esas casas que ahora se van a tirar abajo en algunos casos no se utilizan como residencias, ya que sus inquilinos viven en otros barrios, y se han convertido en narcopisos.

«Ahora se llevarán ese foco a otras zonas de Los Palmerales», temen otros residentes, quienes ya advierten de que el menudeo se está extendiendo a otros puntos. «En mi escalera está pasando y la droga acaba generando la basura, que se rompan cristales o puertas», afirma otro vecino, que quiere mantenerse en el anonimato.

Estuvo llamado a ser una de las grandes apuestas del Estado en la década de los ochenta para dar cobijo a familias sin recursos económicos y para acabar con las chabolas a través de la construcción de más de 1.500 viviendas públicas. Hace dos décadas, el barrio de Los Palmerales perdió tres de los quince bloques construidos del Ministerio por su lamentable estado de conservación y por conflictos de convivencia.

Ahora está a punto de perder dos inmuebles más y por el mismo motivo, lo que ha hecho poner de actualidad de nuevo un lugar que no consigue levantar cabeza y no logra acabar con un foco de degradación y de problemas sociales. Las administraciones públicas llevan realizando inversiones millonarias para tratar de levantar un barrio deprimido con una media de edad de 35 años en el que solo dos de cada diez de sus habitantes tiene un trabajo (según el último censo de población y vivienda de 2011), un 40% está parado y el otro porcentaje restante es inactivo. Desde el pasado mandato, el Consell ha desembolsado más de dos millones de euros para la rehabilitación y el saneamiento de seis edificios y el Ayuntamiento prepara otra millonada con fondos europeos para la zona.

Pero, esa inversión, no ha sido suficiente para frenar la ya necesaria demolición de 32 viviendas de la calle Llimoner. Una decisión que está tomada por parte de la Entidad de Infraestructuras de la Generalitat Valenciana (EIGE) y por parte del alcalde, Carlos González.

En las próximas semanas está previsto que el Consell decrete el estado de ruina, repitiéndose así la historia del año 2000. Ahora, están ultimando el realojo de las familias que demuestren que tienen los alquileres en regla. Su cifra no ha trascendido todavía. Las condiciones infrahumanas, aparejadas a la venta de droga en estos inmuebles, la mayoría ocupados ilegalmente, sin agua y sin luz y con enganches ilegales, han vuelto a ser los desencadenantes de la pérdida de vivienda pública. La Policía ha alertado a través de varios informes de estos conflictos a causa del menudeo.

«No todo es malo»

La asociación vecinal ha reconocido esta semana que hace falta más vigilancia. Piden patrullas a pie y acabar con los cables que cruzan de piso a piso para tener suministro ilegal. Otros opinan que la solución es incrementar la limpieza y denunciar a los que ensucian constantemente. También demandan más servicios, como papeleras. Pero no creen que todo eso pueda salvar al barrio.

«Los Palmerales necesita una educación y concienciación sobre normas de convivencia», señalan. Muchos vecinos no están dispuestos a que la droga, los conflictos y los derribos sean la imagen que trascienda del barrio, porque consideran que la conviviencia es generalmente buena, aseguran que hacen una vida normal como la de cualquier barrio y por eso no quieren que Los Palmerales se conozca solo por lo malo.

Lo cierto es que las ventanas rotas, las pintadas, las fachadas que se caen a trozos, o la basura esparcida por las aceras contrarrestan con la normalidad y el cuidado que aparentemente presentan otras viviendas y calles. Y así quieren que sea en todo el barrio la mayoría de sus inquilinos para evitar revivir una nueva demolición por no haber sabido dar solución a su principal caballo de batalla.

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