Conocí a Juan de Dios en los años 80, cuando los dos éramos profesores del Instituto de Carrús, él de Religión y yo de Geología. En aquellos años, aún con el inicio de su enfermedad, era una persona alegre, que imantaba por su disposición a realizar actividades fuera de la docencia. Excursiones, tanto de un día, como de fin de curso, en muchas de las cuales yo le acompañé. O un grupo de teatro, que él con la ayuda de sus alumnos representaron una versión de Jesucristo Super Star por toda la provincia.

El avance de su enfermedad le hizo alejarse de la docencia, pero continuó con su labor pastoral en las distintas parroquias ilicitanas. Fue a partir de que le asignaran la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús cuando volví a retomar el contacto. Su enfermedad ya había avanzado, necesitaba una muleta para su desplazamiento, pero aún así seguía desarrollando su misión.

A raíz de una caída, volviendo a su casa un domingo después de celebrar la misa, se fracturó una vértebra lo que le llevó a permanecer en cama durante varios meses. La parcial recuperación le obligó a desplazarse con un andador, teniendo que ir con él a concelebrar la Eucaristía los domingos, mientras que el resto de días los pasaba sentado en casa. Por allí pasaban innumerables amigos y feligreses pidiendo sus consejos y su cariño. Su actividad se reducía a sus oraciones, a la lectura, a ver los partidos de su Elche, del cual fue capellán, y a asistir a algunas comidas a las que le invitaban sus antiguos feligreses de Valverde y Perleta. Cuando llegábamos tendrían que ver la alegría que se producía. Pocas veces he visto querer a una persona así.

A su dolencia, irreversible, se le unió una perforación de vesícula y una degeneración macular, que le produjo una gran pérdida de la visión. Todo ello acompañado con una enfermedad de su hermana Asunción, que era la persona que se desvivía por él. Pese a todo esto, nunca ponía mala cara y la gente que le veía le decía: Don Juan ¡Qué buena cara tiene! Sin saber lo que sufría en su interior.

Al terminar la celebración de este último domingo, sin saber lo que le esperaba, le comenté: «Juan de Dios, no te has tomado ningún domingo de vacaciones».

No sé lo que tenía esta persona, que, sin haber realizado hechos extraordinarios, consiguió la admiración y el amor de todos los que le conocieron. Estoy seguro que nadie te olvidará.

Ya puedes descansar en paz.