Sería, como poco, pecar de ingenuos, si pretendiéramos convencernos a día de hoy, que el factor decisivo o determinante en la actitud de una futura madre respecto a la opción de la lactancia materna, fuera el grado de conocimiento que ésta posee sobre la importancia de dar el pecho y cómo esta influye tanto en su propia salud como en la del recién nacido.

Hace unos años, escribí un artículo de opinión sobre lactancia materna. Lo iniciaba así: "sería difícil encontrar a alguien que desconozca los beneficios de la lactancia materna". Desde entonces han transcurrido doce años y la afirmación mantiene su lozanía e incluso mejora: no sólo conocemos los beneficios para la salud sino también las ventajas económicas y su contribución al cuidado del medio ambiente: la lactancia materna no genera residuos, ni durante su producción, ni durante su eliminación, ya saben€ "es completamente biodegradable".

Las expectativas parecían inmejorables y llenas de buenos augurios, si nos ateníamos a las iniciativas emprendidas. Todo parecía prever una evolución ascendente en las tasas de lactancia materna, propiciado por el mayor número de madres dispuestas a dar el pecho a sus hijos gracias a la formación de los profesionales, los talleres de lactancia, la creación de grupo de apoyo, etc.

Si nos atenemos a la fisiología, nada más sencillo; se trata de un mecanismo que se pone en marcha casi a la par del embarazo. Tras el parto, el recién nacido ha de ser alimentado y todo debe estar previsto, así sucede en otras especies de mamíferos donde los fracasos en la lactancia no parecen darse. Puede que los humanos hagamos complejo lo sencillo, al menos los humanos pertenecientes al "mundo desarrollado". En efecto, la fisiología pocas veces tiene que ver con los fracasos de las lactancias. Si queremos ir encontrando soluciones, si de veras estamos interesados en ello, debemos mirar hacia otro lado.

Los seres humanos somos "animales sociales" y desde esa perspectiva es, a mi modo de entender, desde donde deben partir las iniciativas para lograr un buen resultado en el apoyo efectivo a las madres que desean lactar a sus hijos e incrementar el número de las que se deciden a hacerlo.

Ninguna iniciativa, si persigue lograr lactancias exitosas puede defender la separación del binomio madre- hijo, al contrario, debe facilitar esta unión al menos durante los 6 primeros meses de vida por una sencilla razón: esa cercanía propicia en la madre respuestas fisiológicas encaminadas a cubrir las necesidades del bebé. No se trata de conductas aprendidas, no es algo cultural, se trata de una respuesta fisiológica.

En la actualidad, las madres son conscientes de la importancia de la lactancia materna para la salud, se esfuerzan en lograr ese objetivo a costa de su propio cansancio y gracias al apoyo de sus familias, madres-suegras: según se mire, en la mayoría de los casos. Un proceso complicado, requiere la extracción de la leche (a veces no en condiciones precisamente adecuadas), un transporte y un esfuerzo sobreañadido. Es decir, haciendo difícil lo sencillo, lograrlo se conseguiría, salvo complicaciones, simplemente si pudiera ponerse al pecho al pequeño cada vez que lo requiriese. Claro, para eso el bebé debe estar cerca.

Por ese motivo no se debería abrumar a las madres poniéndoles ante la disyuntiva de permanecer ese tiempo junto a sus hijos o jugarse su futuro laboral. La opción de poder dar el pecho, durante al menos seis meses, debería estar apoyada por unas ordenanzas que lo hicieran posible, sin ningún tipo de conflicto, debería estar tan bien legislado que lo complicado fuera no poder hacerlo.

Es cierto, las mujeres son excelentes profesionales, capaces de realizar cualquier tipo de trabajo. Por ello, no se les debería impedir poder ser madres y dar el pecho a sus hijos, no se les debería exigir arriesgar su salud, y eso se hace, entre otras cosas, cuando se les obliga a jornadas maratonianas de trabajo, pues se añade a la jornada laboral, el esfuerzo de levantarse más temprano para la extracción mecánica de la leche, su almacenamiento y conservación, a veces tras una noche no muy tranquila, debido a las tomas nocturnas, dar la primera toma de la mañana, coger al bebé y llevarlo a casa de la madre-suegra, según se mire, y de allí desplazarse a su lugar de trabajo donde nadie debe notar toda la jornada previa ya realizada.

Puede haber madres dispuestas a renunciar a dar el pecho, pese a conocer sus beneficios, puede incluso tratarse de una decisión libremente tomada, pero este hecho no autoriza a estigmatizar a las madres cuando optan por permanecer con sus hijos y criarlos al pecho. Sobre todo cuando se trata de la opción más saludable y a su vez la opción más beneficiosa para el progreso de la sociedad. En todo caso, debe ser una opción elegida por cada pareja, en el seno de su hogar. Conocedores de sus más íntimas circunstancias, son los responsables de decidir cuál es la mejor decisión para su familia y por supuesto, son los más capacitados para discernir lo más conveniente, para ellos y sus hijos, siempre y cuando los legisladores no se hayan puesto a legislar sin dejar opción a la voluntad de cada cual, en un tema tan trascendente como este.

Ya saben, dar el pecho es cuestión de salud. Los expertos en sanidad así lo defienden. Pero al parecer, hay quienes pueden tomar decisiones legislativas y parecen decir: ¿y a mí qué?