Le pregunté cuándo dejó de contar los partos en los que había participado a lo largo de su vida como matrona y dijo que perdió la cuenta hace muchos, pero que muchos años, «cuando estaba haciendo la especialidad en Madrid fueron 300, pero en Alicante eran 40 al día y, en Elche, comenzamos por 18 diarios y después los que hice en la sanidad privada. Miles... seguro», recuerda Susi Casanova, quien el pasado fin de semana se despidió ayudando a Liberto a ver la luz del día, que era la que desprendían sus padres, aún en el paritorio. Dice que comenzó por vocación; de hecho, le ha costado sobrepasar la edad de jubilación cuatro meses (cumplió 65 en enero) para hacerse a la idea de que se iba para siempre de aquello para lo que sigue creyendo que nació. «Yo he sido una matrona vocacional. Y pensé: me jubilo mejor en mayo, con las vacaciones encima, que me costará menos, pero no me hago a la idea».

No es mujer de esconder sus sentimientos y en el paritorio en el que estaba una carcajada ha sido, muchas veces, la mejor medicina para tranquilizar a una parturienta a punto. «Han sido 41 años en el Hospital de Elche, con muchas alegrías desde que abrimos, porque éramos una familia. Yo tenía poco más de 20 años, como el resto, y teníamos mucha ilusión», recuerda con añoranza. De aquella generación de compañeras ha sido la única que se ha jubilado con la edad cumplida. El General de Elche es centro de referencia de todas las patologías complejas y se desvían a él a las futuras mamás, incluso las del Hospital del Vinalopó, lo que da una labor añadida de casos más complicados. Defiende la labor primordial de las matronas en los paritorios, «el médico está, pero somos el pilar fundamental a la hora de ayudar a una mujer, a otra mujer, a parir y no se puede negar que es muy importante establecer una relación de confianza mutua porque va a vivir uno de los momentos más felices de su vida y necesita en ese momento de temor, de no saber qué va a pasar, de alguien que le ayude». El mejor recuerdo, como no cabía duda, lo tuvo al traer al mundo a sus nietos que, ahora, corretean por su casa y que llevan camino de convertirse en su principal trabajo. Dice que ha habido lágrimas a lo largo de una vida de dedicación pero que estas no siempre han sido de tristeza, sino muchas veces de alegría, «de ver la emoción de muchas parejas, abrazadas con sus bebés». Defensora de la epidural porque «te metes en la piel de la madre que tienes delante en cada parto y sabes que ese momento de felicidad que le espera no puede ir precedido de gritos desgarrados. El parto no puede ser un trauma. Yo soy antidolor, hay que vivir con plenitud ese momento y ser consciente de ello». Asegura que cada vez hay más cesáreas por una cuestión fácil de entender, «en la Sanidad todo ha mejorado y las madres están más controladas, no se deja nada a la improvisación y, lo primero, son ellas y sus hijos y ante cualquier riesgo hay que tomar decisiones porque, además, todas quieren, queremos, lo mejor para nuestros hijos sanos».