Hace 16 años le pregunté a Joaquín Iniesta, un hombre de sonrisa fácil, de gesto amable, de los que diría que era una buena persona, que cómo le gustaría que le recordaran. «Espero que algo haya quedado de mi comportamiento en estos años en la Policía Local. Me gustaría que se transmitiera el trato que he tenido, mi forma de ser y de actuar». Con el paso de los años, esa respuesta fácil al periodista el día de su jubilación, después de casi 39 años en la Policía Local de Elche, ha ganado peso porque lo que me dijo, y ahora entiendo mejor, es la filosofía que debe llevar cada agente dentro de sí, la de ser por encima de todo un servidor público. «A quien he tenido bajo mis órdenes siempre le he aconsejado que lo más importante es la educación», sentenció. Él lo fue, un hombre educado. Era difícil pelearse con él o que no te atendiera.

Durante ocho años fue el máximo responsable de un cuerpo entonces convulso, con manifestaciones en la calle reclamando mejoras, con presos que se fugaban de los calabozos y con una falta de medios que se suplía con agentes con mucha vocación e interés por lo público. La Policía no estaba, ni para lo bueno ni para lo malo, tan profesionalizada como ahora.

Iniesta, el primer día de trabajo, le tocó regular el tráfico de los peatones por el lado derecho, me recordó como si fuese una anécdota. Se había presentado a la oposición con 25 años y fue uno de los cuatro aspirantes, entre los 20 que deseaban incorporarse al Cuerpo, que ganó un puesto de trabajo en el que dejó una impronta. «¿Qué es más fácil ser policía ahora o en el 64?», le pregunté. Y contestó: «Ahora, entonces teníamos un mayor abanico de intervenciones porque éramos la única fuerza de uniforme de la ciudad. Por ejemplo en los partidos de fútbol del Elche en Primera División íbamos doce agentes y nos colocábamos de tres en tres para garantizar el orden público».

De esos años al mando recordaba la visita de la entonces Reina Sofía, lo bien que salían las fiestas (entonces había hasta 200 heridos por las carretillas) y, también, la difícil Transición. En 1999 sufrió un accidente y se apartó del servicio activo para jubilarse al cabo de cuatro años. Ese día, en el que hice la entrevista, a las seis de la mañana, volvió a la Jefatura para saludar uno por uno a los policías que iban a trabajar. Allí paso toda la jornada, dejando en ese apretón de manos, en esa sonrisa y en las palabras que les dijo un recuerdo que perdura en todos ellos.