Eduardo Vaquero Hernández (Malpartida de Corneja, Ávila, 1943 - Elche, 2019), se licenció en Filosofía y Letras (1967) y en Psicología (1969) por la Universidad Complutense. Entre 1966 y 1970 trabajó en un colegio privado de Madrid. Entró por oposición como profesor de filosofía en el instituto de Torrevieja (1970-1977), extensión por aquel entonces del Instituto Femenino de Alicante, del que fue jefe de estudios (1970-1973) y director (1973-1976), cuando el instituto dejó de depender de Alicante.

En 1977 y hasta su jubilación en el año 2004, fue profesor del Instituto de La Asunción, del que fue secretario (1979-1981) y director (1985-1986). Obtuvo la cátedra de instituto en 1993. Según declaró al periodista de INFORMACIÓN Jesús Mula Grau con motivo de su jubilación en 2004, en el IES La Asunción dio clases de inglés, música, griego, ética, sociología, antropología y, desde luego, filosofía.

Según él, los profesores «por definición, deben ser un poco pedantes y un poco gruñones también, porque llevamos años dando la misma materia (...), pero también deben ser optimistas porque estamos sembrando el futuro». Defendió a capa y a espada la enseñanza pública por su valor democratizador y sobre si la religión debía impartirse como asignatura, sacaba a colación sus inmensos conocimientos y su habitual socarronería: «Jefferson y Hamilton ya tenían resuelto hace 240 años que no se debía mezclar la enseñanza con la religión».

Sus tres ideas básicas para los estudiantes es que manifestaran inquietud, que tuvieran una actitud crítica ante la vida y, sobre todo, el amor a los libros. «Los libros deberían ser la gran conquista para los estudiantes». Fue miembro de la tertulia ilicitana de La Aldaba. Quienes tuvimos la fortuna de compartir con él mesa y mantel, descubrimos a un lector voraz de libros imprescindibles. Su capacidad de lectura llegaba a tres buenos libros por semana. Sus amigos le pedíamos habitualmente que nos enseñara la lista de sus lecturas recientes, para saber en cualquier momento lo que merecía la pena leer. Su generosidad le llevaba a regalar a sus amistades, vía correo electrónico, resúmenes espléndidos con una selección impagable de textos y con sus siempre agudos e irónicos comentarios. En una España con tanto analfabetismo funcional (como tendremos ocasión de comprobar en las elecciones municipales, autonómicas y nacionales de 2019, sobre todo con los estadistas adolescentes que nos vienen encima), Eduardo fue un buen ejemplo de un maestro a la vieja usanza. De los que cada vez más se echan en falta. Para los tertulianos de La Aldaba (aunque se trata de una sociedad de esas secretas, daré a conocer los nombres, como homenaje a Eduardo: Pepe Orts, Sol Pérez, Mari Paz Hernández, María Rosa Verdú, Antonio Serrano, Lola Peiró, Antonia Martínez, Emilio Soler, Laura Soler, M. Ángeles Sánchez, Mercedes Tendero, Ana Ronda, Genoveva Martín...), si te tocaba Eduardo como amigo invisible, mejor regalarle vino tinto o una corbata. Imposible acertar con un buen libro que no hubiera ya devorado. Su muerte, como resultado de un incendio en su casa de la calle Vicente Blasco Ibáñez nos dejó anonadados a todos los que le apreciábamos.

A manera de homenaje de tus amigas y amigos de La Aldaba.