Me cuesta hablar de ti, Ángel Alfosea, en pasado, sinceramente. Me pide el diario INFORMACIÓN unas líneas a modo de obituario, pero es muy duro siquiera intentarlo. Recién cumplidos los 49, y con una vida llena de música, de proyectos, de trabajo, de aprendizajes, de ganas, te has marchado sin remedio y aún no lo hemos digerido.

Pensar en lo que supone tu trayectoria, tu biografía pública, me da pavor. Esas cosas no tocaban ahora. Pero estoy seguro de que si estuvieras aquí, te partirías de la risa con tu carcajada enorme, socarrona y nos soltarías una de tus frescas.

Nos has dejado una deliciosa historia de música con RQUER y tus canciones en solitario, y con Alfosea & The Glasses (todos llevabais gafas, claro), y con tu tributo a Abba. Componías con el alma y con la risa, hijo del pop español de los 80, de Gabinete y su adorado Urrutia. Tu voz a veces me parecía un verdadero tributo a Jaime.

Para esta ciudad de las palmeras has supuesto un artista muy especial, tu último disco recuperando y poniendo en valor nuestras canciones tradicionales lo demuestra. Y tu himno definitivo: «Elche Distrito Federal». Últimamente peleabas con el piano, incansable en la búsqueda de música por todas partes. Y le pusiste sonido y luces a todo el mundo, en cualquier plaza, sobre cualquier escenario. De todo eso se hará eco algún historiador, quizá un archivo editado una y otra vez en las redes sociales. Y lo mereces de sobra. La posteridad hará justicia con el Angel Alfosea artista.

Pero los que hemos compartido parte de nuestras vidas y de nuestras andanzas contigo, llevamos en los bolsillos el roce de una persona única, especial. La música nos hizo amigos, compartir escenario muchas veces, incluso compartir proyectos locos como los villancínicos de las navidades de los noventa con las letras cambiadas al estilo de Krahe y la Mandrágora.

Compartimos hasta el mismo personaje en una maravillosa obra de teatro: ambos fuimos el cantante y guitarrista de «El palomar de las cartas» de Maracaibo Teatro; cuando uno faltaba, el papel lo hacía el otro. Y todos tus amigos tienen hoy rota el alma como yo por el mismo sitio, el de la pérdida irreparable, el del susto inaudito que vuelca el corazón y ahoga la garganta. Mientras nos obligas a llorarte, Angelito, mirándonos incrédulos y repartiéndonos calor a coro, permíteme que cante algo tuyo para espantar el mal un rato, así, por lo bajines. «Y qué quieres que haga yo, si me gustan las mujeres más que a un gordo los pasteles». Me cuesta hablar de ti, Ángel Alfosea, en pasado. Sinceramente.