Prefiere no dar su nombre ni su edad, pero sí quiere relatar su historia para que se haga justicia y no haya ni un solo caso más como el suyo. Una joven ilicitana lleva cuatro años cruzándose a diario con su agresor sexual porque los padres de él viven en su mismo edificio. Él fue condenado en 2016 a dos años de prisión y a no poder acercarse a menos de 200 metros de ella durante cinco años tras considerar probado por el Juzgado de lo Penal Número de 1 los hechos que la joven denunció. Pese a que la sentencia fue ratificada por la Audiencia Provincial el pasado año, con lo que adquirió firmeza y debería estar ejecutándose, ella sigue viéndolo porque el condenado ha presentado una petición de indulto, lo que ha paralizado el cumplimiento del fallo. Además, el agresor también ha apelado al Constitucional.

El abogado de la víctima, Antonio Martínez Camacho, explicó a este diario que el acusado ha apurado todos los recursos y, por lo tanto, no se puede aplicar la orden de alejamiento que fija la condena ni tampoco se pueden pedir medidas cautelares en favor de su cliente porque el fallo es firme y no cabe solución alguna. «Técnicamente estamos en fase de ejecución de sentencia», recuerda.

Los hechos datan de 2014, cuando la víctima coincidió, como otras muchas veces, con el agresor en el ascensor del inmueble de sus padres. Se conocen desde que eran pequeños, ya que entonces eran vecinos. Lo último que podía pensar la mujer ese día es que, durante ese trayecto a la vivienda de sus padres, él se iba a abalanzar sobre ella, rozándole sus partes íntimas contra su cuerpo, tal y como recoge la sentencia. La víctima trató de quitárselo de encima de un empujón y, cuando el elevador llegó a su destino, la mujer salió huyendo. En ese instante, el hombre la cogió del brazo y le conminó con un «que esto quede entre tú y yo», tal y como recoge el fallo judicial. «Me quedé bloqueada, me temblaban las piernas, tan solo pude reaccionar cuando me dijo que eso quedara entre nosotros», cuenta la mujer, que cuatro años después de lo sucedido aún vive con el miedo en el cuerpo.

Uno de los argumentos de la defensa es que este hombre sufre un trastorno de la personalidad a raíz de un accidente de tráfico. Una circunstancia que le valió como atenuante en el juicio pese a que la sentencia recoge que «no afecta a sus capacidades cognitivas», y tan solo «limita su capacidad volitiva». Es decir, que sabe qué está bien y qué está mal, pero tiene mermada la capacidad de control. «Si no puede controlarse y ya lo ha hecho una vez, ¿quién me asegura que no me vuelve a pasar a mí o a otra mujer?», se pregunta la víctima.

El acusado recurrió la sentencia del Juzgado de lo Penal y la Sección Séptima de la Audiencia ratificó la condena. Por tanto, debería haber adquirido el carácter de firme. Pero entonces el abogado de la defensa presentó un recurso extraordinario de nulidad, que también fue rechazado. Ahora, para dilatar aún más el proceso, denuncia la mujer, ha presentado ante el Ministerio de Justicia el indulto.

Tras cuatro años, esta vecina de Elche continúa una batalla judicial que, además del desgaste psicológico por la agresión en sí misma y por su lucha en los juzgados, se ve agravada porque, encima «todo este proceso a mí me está costando dinero. Él va con abogado de oficio y no le cuesta nada seguir pleiteando. Pero yo no tengo derecho a eso, tengo una nómina desde hace muchos años y no tengo derecho a abogado de oficio. Al final, la que está cumpliendo condena soy yo, y no él», añade.

Miedo

Además, sigue viviendo con sus padres, pese a que tiene una vivienda, que reformó y adquirió antes de la agresión con el objeto de independizarse, porque no quiere vivir sola. Su casa está en el mismo edificio de la de los padres del agresor, como cuando eran niños. Asegura que el agresor acude al inmueble todos los días a comer y a cenar.

Las secuelas psicológicas son lo más importante en estos casos. «Soy incapaz de verme como antes», cuenta una mujer que, pese a todo, considera que hay que denunciar. «Si no lo hubiera hecho y le hubiera pasado a otra chica, nunca me lo perdonaría». Ahora, solo queda esperar a que la justicia siga su curso para que esta vecina viva tranquila, recupere la confianza en la justicia y el caso sirva para que se tome ejemplo sobre la necesidad de acelerar los casos de violencia machista.